Página 239 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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El engaño de las riquezas
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Un tiempo de peligro
Su fe y sencilla confianza en Dios empezaron a desvanecerse
tan pronto como los recursos comenzaron a afluir. No se apartó Vd.
de Dios en seguida. Su apostasía fué gradual. Renunció a los cultos
matutino y vespertino porque no eran siempre convenientes. Su nue-
ra le planteaba problemas difíciles y penosos, que tuvieron mucho
que ver para disuadirla de continuar observando las devociones fa-
miliares. En su casa ya no se oraba. Sus negocios se convirtieron en
el asunto primordial, y el Señor y su verdad quedaron relegados a
segundo término. Recuerde los días del comienzo de su experiencia;
¿la habrían apartado esas pruebas entonces de la oración en familia?
Por este descuido de la oración de viva voz, Vd. dejó de ejercer
una influencia que debió conservar. Era su deber reconocer a Dios
en su familia, sin tener en cuenta las consecuencias. Debiera haber
presentado sus peticiones ante Dios mañana y noche. Vd. debiera
haber sido como un sacerdote en la casa, y debiera haber confesado
sus pecados y los de sus hijos. Si hubiese sido fiel, Dios, que había
sido su guía, no la habría abandonado a su propia sabiduría.
En su casa se gastaban recursos inútilmente por pura ostenta-
ción. Vd. se había afligido hondamente al ver este pecado en otros.
Mientras usaba así sus recursos, estaba robando a Dios. Entonces
el Señor dijo: “Yo dispersaré. Por un tiempo le permitiré andar en
el camino que ha elegido; cegaré su juicio y le quitaré la sabiduría.
Le mostraré que su fuerza es debilidad, y su sabiduría insensatez.
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La humillaré y abriré sus ojos para que vea cuánto se ha apartado
de mí. Si no quiere volverse a mí de todo corazón, y reconocerme
en todos sus caminos, mi mano dispersará, y el orgullo de la madre
y de los hijos será abatido y la pobreza volverá a ser su suerte. Mi
nombre será ensalzado. La soberbia del hombre será abatida, y su
orgullo, humillado. ...”
En la primera parte de su vida, el Señor le impartió los talentos
de la influencia, pero no le dió recursos, y por lo tanto no esperaba
que Vd., en su pobreza, impartiese lo que no tenía. Como la viuda,
Vd. dió lo que podía, aunque si hubiese considerado sus circuns-
tancias, se habría sentido eximida de hacer tanto como hizo. En su
enfermedad, Dios no le pedía que le dedicase la energía activa que
la enfermedad le había quitado. Aunque Vd. se veía restringida en