La necesidad del dominio propio
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respeto femenino y su santa dignidad; pero su casta, digna y divina
femineidad ha sido consumida sobre el altar de la pasión baja; ha
sido sacrificada para satisfacer a su esposo. Ella no tarda en perder
el respeto hacia el esposo que no considera las leyes a las cuales
obedecen los brutos. La vida matrimonial se convierte en un yugo
amargo; porque muere el amor y con frecuencia es reemplazado por
la desconfianza, los celos y el odio.
Frutos de los excesos
Ningún hombre puede amar de veras a su esposa cuando ella se
somete pacientemente a ser su esclava para satisfacer sus pasiones
depravadas. En su sumisión pasiva, ella pierde el valor que una vez
él le atribuyó. La ve envilecida y rebajada, y pronto sospecha que
se sometería con igual humildad a ser degradada por otro que no
sea él mismo. Duda de su constancia y pureza, se cansa de ella y
busca nuevos objetos que despierten e intensifiquen sus pasiones
infernales. No tiene consideración con la ley de Dios. Estos hombres
son peores que los brutos; son demonios con forma humana. No
conocen los principios elevadores y ennoblecedores del amor verda-
dero y santificado. La esposa también llega a sentir celos del esposo.
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y sospecha que, si tuviese oportunidad, dirigiría sus atenciones a otra
persona con tanta facilidad como a ella. Ella ve que no se rige por
la conciencia ni el temor de Dios; todas estas barreras santificadas
son derribadas por las pasiones concupiscentes; todas las cualidades
del esposo que le asemejarían a Dios son sujetas a la concupiscencia
brutal y vil.
El mundo está lleno de hombres y mujeres de esta clase; y
muchas casas aseadas, de buen gusto y aun costosas, albergan un
infierno en su interior. Imaginaos, si os es posible, lo que debe ser
la posteridad de tales padres. ¿No se hundirán los hijos a un nivel
aun más bajo? Los padres graban en sus hijos la imagen de su
carácter. Por lo tanto, los hijos nacidos de tales padres heredan de
ellos cualidades bajas y viles. Satanás fomenta todo lo que tiende
a la corrupción. La cuestión que se ha de decidir es ésta: ¿Debe la
esposa sentirse obligada a ceder implícitamente a las exigencias del
esposo, cuando ve que sólo las pasiones bajas lo dominan y cuando
su propio juicio y razón la convencen de que al hacerlo perjudica