Página 258 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
su propio cuerpo, que Dios le ha ordenado poseer en santificación y
honra y conservar como sacrificio vivo para Dios?
No es un amor puro y santo lo que induce a la esposa a satisfacer
las propensiones animales de su esposo, a costa de su salud y de su
vida. Si ella posee verdadero amor y sabiduría, procurará distraer
su mente de la satisfacción de las pasiones concupiscentes hacia
temas elevados y espirituales, espaciándose en asuntos espirituales
interesantes. Tal vez sea necesario instarlo con humildad y afecto
aun a riesgo de desagradarle, y hacerle comprender que no puede ella
degradar su cuerpo cediendo a los excesos sexuales. Ella debe, con
ternura y bondad, recordarle que Dios tiene los primeros y más altos
derechos sobre todo su ser y que no puede despreciar esos derechos,
porque tendrá que dar cuenta de ellos en el gran día de Dios. “¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual
está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro
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cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” “Por precio
sois comprados; no os hagáis siervos de los hombres.”
1 Corintios
6:19, 20
;
7:23
.
Si ella elevara sus afectos, y en santificación y honra conservara
su dignidad femenina refinada, podría la mujer hacer mucho para
santificar a su esposo por medio de su influencia juiciosa y así
cumplir su alta misión. Con ello puede salvarse a sí misma y a su
esposo, y cumplir así una doble obra. En este asunto tan delicado
y difícil de tratar, se necesita mucha sabiduría y paciencia, como
también valor moral y fortaleza. Puede hallarse fuerza y gracia en la
oración. El amor sincero ha de ser el principio que rija al corazón.
El amor hacia Dios y hacia el esposo deben ser los únicos motivos
que rijan la conducta.
Si la esposa decide que es prerrogativa de su esposo tener pleno
dominio de su cuerpo, y resuelve amoldar su mente a la de él en
todo respecto, para pensar igual que él, renuncia a su individualidad
y pierde su identidad, pues ésta se funde con la de su esposo. Ella es
una simple máquina que la voluntad de él ha de mover y controlar,
un ser destinado a su placer. Piensa, decide y actúa por ella. Ella
deshonra a Dios al ocupar esta posición pasiva, pues delante del
Señor tiene una responsabilidad que debe asumir.