Página 288 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Consideración por los que yerra
Si después que uno hizo lo mejor que podía según su criterio,
otro cree advertir algún detalle donde podría haber mejorado el
asunto, debe dar a su hermano con bondad y paciencia el beneficio
de su juicio, pero no puede censurarlo ni poner en duda su integridad
de propósito, como no quisiera él tampoco que se sospechara de
él o se le censurara injustamente. Si el hermano que toma a pecho
la causa de Dios ve que ha fracasado en sus fervorosos esfuerzos
para obrar, se afligirá por ello; porque estará inclinado a recelar de
sí mismo y a perder la confianza en su propio juicio. Nada debilitará
tanto su valor piadoso como el darse cuenta de sus errores en la
obra que Dios le señaló y que él ama más que su propia vida. Cuán
injusto sería entonces que sus hermanos, al descubrir sus errores,
hundieran más y más la espina en su corazón, intensificando su dolor
y debilitando con cada golpe su fe y valor y su confianza en sí mismo
para trabajar con éxito en la edificación de la causa de Dios.
Con frecuencia la verdad y los hechos deben ser presentados
claramente a los que yerran para hacerles ver y sentir su error a
fin de que se reformen. Pero esto debe hacerse siempre con ternura
compasiva, no con dureza o severidad, sino considerando uno mismo
las propias debilidades, no sea que también resulte tentado. Cuando
el que cometió la falta vea y reconozca su error, en vez de agraviarle
y tratar de hacérsela sentir más hondamente, se le debe consolar.
Cristo dijo en su sermón del monte: “No juzguéis, para que no seáis
juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y
con la medida con que medís, os volverán a medir.”
Mateo 7:1, 2
.
Nuestro Salvador reprendió los juicios precipitados. “¿Por qué miras
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la mota que está en el ojo de tu hermano, ... y he aquí la viga en tu
ojo?”
Mateo 7:3, 4
. Sucede con frecuencia que mientras alguien está
dispuesto a discernir los errores de sus hermanos, tal vez comete
mayores faltas él mismo y, sin embargo, no lo ve.
Testimonios para la Iglesia 3:92-94 (1872)
. (Del cap. “La obra en Battle Creek.”)
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