Consideración por los que yerran
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Todos los que seguimos a Cristo debemos tratarnos unos a otros
exactamente como deseamos que el Señor nos trate en nuestros erro-
res y debilidades, porque todos erramos y necesitamos su compasión
y perdón. Jesús consintió en revestirse de la naturaleza humana, para
que supiese compadecerse de los mortales pecaminosos y errantes
e interceder ante su Padre en favor de ellos. Se ofreció para ser el
abogado del hombre y se humilló para familiarizarse con las tenta-
ciones que asediaban al hombre, a fin de que pudiese socorrer a los
que son tentados y fuera un tierno y fiel sumo sacerdote.
Con frecuencia es necesario reprender claramente el pecado y el
mal. Pero los ministros que trabajan por la salvación de sus semejan-
tes no deben ser implacables con los errores de unos y otros ni hacer
resaltar sus defectos. No deben exponer o reprender sus debilidades.
Deben preguntarse si, en caso de que otro siguiese esta conducta con
ellos mismos, produciría el efecto deseado; ¿aumentaría su amor
por el que recalcase sus errores o acrecentaría su confianza en él?
Especialmente los errores de los ministros dedicados a la obra de
Dios deben ser mantenidos en un círculo tan pequeño como sea po-
sible, porque son muchos los débiles que se aprovecharían del saber
que los que ministran en palabra y doctrina tienen debilidades como
los otros hombres. Es algo muy cruel que las faltas de un ministro
sean expuestas a los incrédulos si ese ministro es tenido por digno
de trabajar en lo futuro por la salvación de las almas. Ningún bien
puede provenir de esta exposición, sino solamente daño. Al Señor le
desagrada esta conducta, porque socava la confianza del pueblo en
aquellos a quienes él acepta para llevar a cabo su obra. El carácter de
todo colaborador debe ser custodiado celosamente por sus hermanos
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en el ministerio. Dios dice: “No toquéis ... a mis ungidos, ni hagáis
mal a mis profetas.”
1 Crónicas 16:22
. Debe cultivarse el amor y la
confianza. La falta de este amor y confianza de un ministro hacia
otro, no aumenta la felicidad del que es así deficiente, sino que al
mismo tiempo que labra la desdicha de su hermano, él mismo es
desdichado. Hay en el amor mayor poder que en la censura. El amor
se abrirá paso a través de las vallas, mientras que la censura cerrará
toda vía de acceso al alma.
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