Página 309 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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El amor y el debe
El amor tiene un hermano gemelo que es el deber. El amor y el
deber se encuentran lado a lado. El amor puesto en ejercicio mien-
tras se descuida el deber, hará a los hijos testarudos, voluntariosos,
perversos, egoístas y desobedientes. Si se emplea el severo deber
solo, sin que el amor lo suavice y domine, tendrá un resultado simi-
lar. El deber y el amor deben fusionarse a fin de que los niños sean
debidamente disciplinados.
Antiguamente, fueron dadas instrucciones a los sacerdotes: “Y
enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano,
y les enseñarán a discernir entre lo limpio y lo no limpio. Y en el
pleito ellos estarán para juzgar; conforme a mis derechos lo juzga-
rán.”
Ezequiel 44:23, 24
. “Diciendo yo al impío: Impío, de cierto
morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino,
el impío morirá por su pecado, mas su sangre yo la demandaré de
tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino para que de él se
aparte, y él no se apartare de su camino, por su pecado morirá él, y
tú libraste tu vida.”
Ezequiel 33:8, 9
.
En estos pasajes se presenta claramente el deber de los siervos
de Dios. Ellos no pueden eximirse de cumplir fielmente su deber
de reprender pecados y males entre el pueblo de Dios, aunque sea
una tarea desagradable y no sea aceptada por el que yerra. Pero
en la mayor parte de los casos, el que es reprendido aceptaría la
amonestación y oiría el reproche si no fuese que otros se interponen
en el camino. Estos se acercan como simpatizantes y compadecen al
que ha sido reprendido, y creen que deben defenderlo. No ven que
al Señor le desagrada el que hace mal, porque la causa del Señor ha
sido herida y su nombre cubierto de oprobio.
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Hay almas que fueron apartadas de la verdad y que perdieron la
fe como resultado de la conducta errónea seguida por el que faltó.
Pero el siervo de Dios, cuyo discernimiento está entorpecido y cuyo
juicio es torcido por malas influencias, se siente tan inclinado a
Testimonios para la Iglesia 3:195, 196 (1872)
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