Página 308 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
y pruebas secretas del corazón. Sentiremos pesar y derramaremos
lágrimas por nuestros pecados; sostendremos constantes luchas y
vigilias, mezcladas con remordimientos y vergüenza, por causa de
nuestras deficiencias.
No olviden los ministros de la cruz de nuestro Salvador su expe-
riencia en estas cosas, mas tengan siempre presente que son tan sólo
hombres sujetos a error y a las mismas pasiones que sus hermanos;
y que para ayudar a éstos deben ser perseverantes en sus esfuerzos
para beneficiarlos, teniendo el corazón lleno de compasión y amor.
Deben acercarse al corazón de sus hermanos, y ayudarles en aquello
en que son débiles y necesitan más ayuda. Los que trabajan en pala-
bra y doctrina deben quebrantar su propio corazón duro, orgulloso e
incrédulo, si quieren notar la misma obra en sus hermanos. Cristo
lo ha hecho todo para nosotros, porque éramos impotentes; estába-
mos atados con cadenas de tinieblas, pecado y desesperación y no
podíamos hacer nada por nosotros mismos. Es mediante el ejercicio
de la fe, la esperanza y el amor como nos acercamos más y más a
la norma de la perfecta santidad. Nuestros hermanos sienten la mis-
ma lastimosa necesidad de ayuda que hemos sentido nosotros. No
debemos recargarnos con censuras innecesarias, sino que debemos
permitir que el amor de Cristo nos constriña a ser muy compasivos
y tiernos, para que podamos llorar por los que yerran y los que han
apostatado de Dios. El alma tiene un valor infinito, que no puede
estimarse sino por el precio pagado por su rescate. ¡El Calvario! ¡El
Calvario! ¡El Calvario explicará el verdadero valor del alma!
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Las medidas benignas, las respuestas impregnadas de mansedum-
bre y las palabras agradables se prestan mucho más para reformar
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y salvar que la severidad y la dureza. Un poco de dureza excesiva
puede colocar a las personas fuera de nuestro alcance, mientras que
un espíritu conciliador sería el medio de vincularlas con nosotros,
y podríamos entonces corroborarlas en el buen camino. Debemos
ser también impulsados por un espíritu perdonador y reconocer todo
buen propósito y acto de los que nos rodean
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Testimonios para la Iglesia 4:65 (1876)
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