Página 325 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Despreciadores de los reproches
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Habrá hombres y mujeres que desprecien la reprensión y que
siempre se rebelarán contra ella. No es agradable que se nos presen-
ten las cosas malas que hacemos. En casi cualquier caso en que sea
necesaria la reprensión, habrá quienes pasen completamente por alto
el hecho de que el Espíritu del Señor ha sido contristado y su causa
cubierta de oprobio. Estos se compadecerán de los que merecían
reprensión, porque se han herido sus sentimientos personales. Toda
esta simpatía no santificada hace que los simpatizantes participen de
la culpa del que fué reprendido. En nueve casos de cada diez, si se
hubiese permitido que la persona reprendida comprendiese su mala
conducta, se le habría ayudado a reconocerla y por lo tanto se habría
reformado. Pero los simpatizantes entrometidos y no santificados
atribuyen falsos motivos al que reprende y a la naturaleza del repro-
che, y, simpatizando con la persona reprendida, la inducen a pensar
que realmente se la maltrató y sus sentimientos se rebelan contra
el que no ha hecho sino cumplir con su deber. Los que cumplen
fielmente sus deberes desagradables, conociendo su responsabilidad
ante Dios, recibirán su bendición. Dios exige que sus siervos estén
siempre dispuestos a hacer su voluntad con fervor. En el encargo que
da el apóstol a Timoteo, le exhorta así: “Que prediques la palabra;
que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta
con toda paciencia y doctrina.”
2 Timoteo 4:2
.
Los hebreos no estaban dispuestos a someterse a las instruc-
ciones y restricciones del Señor. Querían simplemente hacer su
voluntad, seguir los impulsos de su propia mente y ser dominados
por su propio juicio. Si se les hubiese concedido esta libertad, no
habrían proferido queja contra Moisés; pero se amotinaron bajo la
restricción.
Dios quiere que su pueblo sea disciplinado y que obre con armo-
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nía, a fin de que lo vea todo unánimemente y tenga un mismo sentir
y criterio. Para producir este estado de cosas, hay mucho que hacer.
El corazón carnal debe ser subyugado y transformado. Dios quiere
que haya siempre un testimonio vivo en la iglesia. Será necesario
reprender y exhortar, y a algunos habrá que hacerles severos repro-
ches, según lo exija el caso. Oímos el argumento: “¡Oh, yo soy tan
sensible que no puedo soportar el menor reproche!” Si estas personas
presentasen su caso correctamente, dirían: “Soy tan voluntarioso,
tan pagado de mí mismo, tan orgulloso que no tolero que se me den