Página 334 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
víctima. Isaac ya no es un niño; es un joven adulto. Podría rehusar
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someterse al designio de su padre, si quisiera hacerlo. No acusa a su
padre de locura, ni siquiera procura cambiar su propósito. Se somete.
Cree en el amor de su padre y sabe que no haría el terrible sacrificio
de su único hijo si Dios no se lo hubiera ordenado. Isaac queda
atado por las manos temblorosas y amantes de su padre compasivo,
porque Dios lo ha dicho. El hijo se somete al sacrificio, porque cree
en la integridad de su padre. Pero, cuando está listo, cuando la fe del
padre y la sumisión del hijo han sido plenamente probadas, el ángel
de Dios detiene la mano alzada de Abrahán que está por matar a su
hijo, y le dice que basta. “Conozco que temes a Dios, pues que no
me rehusaste tu hijo, tu único.”
Vers. 12
.
Este acto de fe de Abrahán ha sido registrado para nuestro bene-
ficio. Nos enseña la gran lección de confiar en los requerimientos
de Dios, por severos y crueles que parezcan; y enseña a los hijos a
someterse enteramente a sus padres y a Dios. Por la obediencia de
Abrahán se nos enseña que nada es demasiado precioso para darlo a
Dios.
Una lección en figura
Isaac prefiguró al Hijo de Dios, que iba a ser ofrecido por los
pecados del mundo. Dios quería inculcar en Abrahán el Evangelio
de la salvación del hombre. Para ello y a fin de que la verdad fuese
una realidad para él como también para probar su fe, le pidió que
quitase la vida a su amado Isaac. Todo el pesar y la agonía que sopor-
tó Abrahán por esta sombría y temible prueba, tenía por propósito
grabar profundamente en él la comprensión del plan de redención en
favor del hombre caído. Se le hizo entender mediante su propia expe-
riencia cuán inmensa era la abnegación del Dios infinito al dar a su
propio Hijo para que muriese a fin de rescatar al hombre de la ruina
completa. Para Abrahán, ninguna tortura mental podía igualarse con
la que sufrió al obedecer la orden divina de sacrificar a su hijo. Dios
entregó a su Hijo a una vida de humillación, pobreza, trabajo, odio,
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y a la muerte agonizante de la crucifixión. Pero, no había ningún
ángel que comunicase el gozoso mensaje: “Basta; no necesitas morir,
mi muy amado Hijo.” Legiones de ángeles aguardaban tristemente,
esperando que, como en el caso de Isaac, Dios impidiera en el últi-