Página 353 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Los diezmos y ofrendas
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de la cabañas. Y no parecerá vacío delante de Jehová: Cada uno
con el don de su mano, conforme a la bendición de Jehová tu Dios,
que te hubiere dado.”
Deuteronomio 16:16, 17
. Nada menos que
una tercera parte de sus entradas se consagraba a fines sagrados y
religiosos.
Cuandoquiera que los hijos de Dios, en cualquier época de la
historia del mundo, ejecutaron alegre y voluntariamente el plan
de la benevolencia sistemática y de los dones y ofrendas, han visto
cumplirse la permanente promesa de que la prosperidad acompañaría
todas sus labores en la misma proporción en que le obedeciesen.
Siempre que reconocieron los derechos de Dios y cumplieron con sus
requerimientos, honrándole con su substancia, sus alfolíes rebosaron;
pero cuando robaron a Dios en los diezmos y las ofrendas, tuvieron
que darse cuenta de que no sólo le estaban robando a él, sino que se
defraudaban a sí mismos; porque él limitaba las bendiciones que les
concedía en la proporción en que ellos limitaban las ofrendas que le
llevaban.
No es carga gravosa
Algunos dirán que ésta es una de las leyes rigurosas que pesa-
ban sobre los hebreos. Pero ésta no era una carga para el corazón
voluntario que manifestaba amor a Dios. Únicamente cuando la
naturaleza egoísta se fortalecía por la retención de aquellos recursos,
el hombre perdía de vista lo eterno y estimaba los tesoros terrenales
más que las almas. El Israel de Dios de estos últimos tiempos tiene
necesidades aun más urgentes que el de antaño. Debe realizarse una
obra grande e importante en breve tiempo. Nunca fué el propósito
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de Dios que la ley del sistema del diezmo no rigiese entre su pueblo;
sino que, al contrario, quiso que el espíritu de sacrificio se ampliase
y profundizase para la obra final.
No se debe hacer de la benevolencia sistemática una compul-
sión sistemática. Lo que Dios considera aceptable son las ofrendas
voluntarias. La verdadera generosidad cristiana brota del principio
del amor agradecido. El amor a Cristo no puede existir sin que se
manifieste en forma proporcional hacia aquellos a quienes él vino
a redimir. El amor a Cristo debe ser el principio dominante del ser,
que rija todas las emociones y todas las energías. El amor redentor