Página 354 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
debe despertar todo el tierno afecto y la devoción abnegada que
pueda existir en el corazón del hombre. Cuando tal sea el caso, no
se necesitarán llamados conmovedores para quebrantar su egoísmo
ni despertar sus simpatías dormidas para arrancar ofrendas en favor
de la preciosa causa de la verdad.
Jesús nos compró a un precio infinito. Toda nuestra capacidad y
nuestra influencia pertenecen en verdad a nuestro Salvador y deben
ser dedicadas a su servicio. Consagrándoselas, manifestamos nuestra
gratitud por haber sido redimidos de la esclavitud del pecado por la
preciosa sangre de Cristo. Nuestro Salvador está siempre obrando
por nosotros. Ascendió al cielo e intercede en favor de los rescatados
por su sangre. Intercede delante de su Padre y presenta las agonías
de la crucifixión. Alza sus manos heridas e intercede por su iglesia
para que sea guardada de caer en la tentación.
Si nuestra percepción fuese avivada hasta poder comprender esta
maravillosa obra del Salvador en pro de nuestra salvación, ardería
en todo corazón un amor profundo y ardiente. Entonces nuestra apa-
tía y fría indiferencia nos alarmarían. Una devoción y generosidad
absolutas, impulsadas por un amor agradecido, impartirán a la más
pequeña ofrenda, al sacrificio voluntario, una fragancia divina que
hará inestimable el don. Pero después de haber entregado volunta-
riamente a nuestro Redentor todo lo que podemos darle, por valioso
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que sea para nosotros, si consideramos nuestra deuda de gratitud
a Dios tal cual es en realidad todo lo que podamos haber ofrecido
nos parecerá muy insignificante y pobre. Pero los ángeles toman
estas ofrendas que a nosotros nos parecen deficientes, y las presentan
como una fragante oblación delante del trono, y son aceptadas.
Como discípulos de Cristo, no nos damos cuenta de nuestra
verdadera situación. No tenemos opiniones acertadas respecto de
nuestra responsabilidad como siervos de Cristo. El nos ha adelan-
tado el salario en su vida de sufrimiento y en su sangre derramada,
para ligarnos así en servidumbre voluntaria. Todas las buenas cosas
que tenemos son un préstamo de nuestro Salvador. Nos ha hecho
mayordomos. Nuestras ofrendas más ínfimas, nuestros servicios más
humildes, presentados con fe y amor, pueden ser dones consagrados
para salvar almas en el servicio del Maestro y para promover su
gloria. El interés y la prosperidad del reino de Cristo deben superar
toda otra consideración. Los que hacen de sus placeres e intereses