Los diezmos y ofrendas
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egoístas los objetos principales de su vida, no son mayordomos
fieles.
Los que se nieguen a sí mismos para hacer bien a otros y se con-
sagren con todo lo que tienen al servicio de Cristo, experimentarán
la felicidad que en vano busca el egoísta. Dice nuestro Salvador:
“Cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee,
no puede ser mi discípulo.”
Lucas 14:33
. La caridad “no busca lo
suyo.”
1 Corintios 13:5
. Es el fruto de aquel amor desinteresado y
de aquella benevolencia que caracterizaron la vida de Cristo. Si la
ley de Dios está en nuestro corazón, subordinará nuestros intereses
personales a las consideraciones elevadas y eternas.
Tesoros en la tierra
Cristo nos ordena que busquemos primeramente el reino de
Dios y su justicia. Tal es nuestro primero y más alto deber. Nuestro
Maestro amonestó expresamente a sus siervos a que no acumularan
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tesoros en la tierra; porque al hacerlo su corazón se fijaría en las
cosas terrenales antes que en las celestiales. Por esta razón muchas
pobres almas han dejado naufragar su fe. Contrariaron directamente
las órdenes expresas de nuestro Señor, y permitieron que el amor al
dinero llegase a ser la pasión dominante de su vida. Son intemperan-
tes en sus esfuerzos para adquirir recursos. Están tan embriagados
con su insano deseo de riquezas como el borracho por la bebida.
Los cristianos se olvidan de que son siervos del Maestro; de
que le pertenecen ellos mismos, su tiempo y todo lo que tienen.
Muchos son tentados y la mayoría se deja vencer por las engañosas
incitaciones que Satanás les presenta para invertir su dinero en lo
que les reportará el mayor provecho en pesos y centavos. Sólo unos
pocos consideran las obligaciones que Dios les ha impuesto de hacer
que su principal ocupación consista en suplir las necesidades de
su causa, y de atender sus propios deseos en último término. Son
pocos los que invierten dinero en la causa de Dios en proporción
a sus recursos. Muchos lo han inmovilizado en propiedades que
deben vender antes de poder invertirlo en la causa de Dios y darle
así un uso práctico. Se valen de ello como una excusa para hacer
tan sólo poco en la causa de su Redentor. Han enterrado su dinero
tan literalmente como el hombre de la parábola. Roban a Dios el