Página 377 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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La condición de la iglesi
Hay gran necesidad de una reforma entre el pueblo de Dios.
La condición actual de la iglesia nos induce a preguntar: ¿Es ésta
una representación correcta de Aquel que dió su vida por nosotros?
¿Son éstos quienes siguen a Cristo, los hermanos de aquellos que
no tuvieron por cara su vida? Los que lleguen a la norma bíblica, a
la descripción bíblica de los discípulos de Cristo, serán a la verdad
escasos. Habiendo abandonado a Dios, la Fuente de las aguas vivas,
se han cavado cisternas, “cisternas rotas que no detienen aguas.”
Jeremías 2:13
. Dijo el ángel: “La falta de amor y fe son los grandes
pecados de los cuales son ahora culpables los hijos de Dios.”
La falta de fe conduce a la negligencia y al amor del yo y del
mundo. Los que se separan de Dios y caen en tentación se entregan a
vicios groseros, porque el corazón carnal conduce a gran perversidad.
Y este estado de cosas se encuentra entre muchos de los que profesan
ser hijos de Dios. Mientras aseveran servir a Dios, están en todos
sus intentos y propósitos, corrompiendo sus caminos delante de él.
Muchos se entregan al apetito y la pasión, a pesar de que la clara luz
de la verdad señala el peligro y eleva su voz amonestadora: Cuidaos,
refrenaos, negaos. “La paga del pecado es muerte.”
Romanos 6:23
.
Aunque el ejemplo de los que naufragaron en la fe se destaca como
un fanal para advertir a otros que no sigan el mismo curso, muchos se
precipitan, sin embargo, alocadamente. Satanás domina sus mentes,
y parece tener poder sobre sus cuerpos.
¡Oh, cuántos se lisonjean de que tienen bondad y justicia, cuando
la verdadera luz de Dios revela que durante toda su vida han vivido
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solamente para agradarse a sí mismos! Toda su conducta es abo-
rrecida de Dios. ¡Cuántos viven sin ley! En sus densas tinieblas, se
consideran con complacencia; pero sea la ley de Dios revelada a sus
conciencias, como lo fué a la de Pablo, y verán que están vendidos
al pecado, y deben morir al ánimo carnal. El yo debe morir.
Testimonios para la Iglesia 3:474-477 (1875)
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