Página 378 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
¡Cuán tristes y temibles son los errores que muchos cometen!
Edifican sobre la arena, pero se lisonjean de estar asentados sobre
la roca eterna. Muchos que profesan piedad están despeñándose
temerariamente e ignoran su peligro como si no hubiese juicio futuro.
Les aguarda una terrible retribución, y sin embargo, los dominan los
impulsos y las pasiones bajas; están llenando un sombrío registro de
su vida para el juicio. Dirijo mi voz de amonestación a todos los que
llevan el nombre de Cristo, para que se aparten de toda iniquidad.
Purificad vuestras almas obedeciendo a la verdad. Limpiaos de toda
inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad
en el temor de Dios. Vosotros a quienes esto se aplica, sabéis lo
que quiero decir. Aun a vosotros que habéis corrompido vuestros
caminos delante del Señor, participando de la iniquidad que abunda
y ennegreciendo vuestras almas con el pecado, Cristo os invita a
cambiar de conducta, a asiros de su fortaleza y a hallar en él aquella
paz, aquel poder y aquella gracia que os harán más que vencedores
en su nombre.
Las corrupciones de esta era degenerada han manchado muchas
almas que profesaban servir a Dios. Pero aun ahora no es demasiado
tarde para corregir los males ni para obtener expiación por la sangre
de un Salvador crucificado y resucitado, si os arrepentís y sentís
necesidad de perdón. Necesitamos velar y orar ahora como nunca
antes, no sea que caigamos bajo el poder de la tentación y dejemos
el ejemplo de una vida que resultará en un miserable naufragio.
Como pueblo, no debemos ser negligentes ni considerar el pecado
con indiferencia. El campamento necesita que se lo purifique. Todos
los que llevan el nombre de Cristo necesitan velar, orar y guardar las
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avenidas del alma; porque Satanás está obrando para corromper y
destruir, si se le concede la menor ventaja.
Hermanos míos, Dios os llama, como seguidores suyos, a andar
en la luz. Tenéis que alarmaros. El pecado está entre nosotros, y no
se reconoce su carácter excesivamente pecaminoso. Los sentidos de
muchos están embotados por la complacencia del apetito y por la
familiaridad con el pecado. Necesitamos acercarnos más al Cielo.
Podemos crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad. El
andar en la luz, corriendo en el camino de los mandamientos de
Dios, no da la idea de que podemos permanecer quietos sin hacer
nada. Debemos avanzar.