Biografías bíblicas
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Pero cuando el Espíritu de Dios le revela el significado pleno de
la ley, ¡qué cambio se produce en su corazón! Como Belsasar, lee
inteligentemente la escritura del Todopoderoso, y la convicción se
apodera de su alma. Los truenos de la Palabra de Dios le sacan de su
letargo, y pide misericordia en el nombre de Jesús. Y Dios escucha
siempre con oído voluntario esa humilde plegaria. Nunca aparta al
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penitente sin consolarlo.
El Señor consideró propio darme una visión de las necesidades
y los errores de su pueblo. Por mucho que me doliera, presenté
fielmente a los ofensores sus defectos y la manera de remediarlos,
según los dictados del Espíritu de Dios. En muchos casos esto excitó
la lengua calumniadora, y amargó contra mí a aquellos por quienes
trabajaba y sufría. Pero no por esto me he desviado de mi conducta.
Dios me ha dado mi obra y, sostenida por su fuerza, he cumplido los
penosos deberes que me había encomendado. Así ha pronunciado el
Espíritu de Dios advertencias y juicios, sin privarnos, no obstante,
de la dulce promesa de misericordia.
Si los hijos de Dios quisieran reconocer cómo los trata él y
aceptasen sus enseñanzas, sus pies hallarían una senda recta, y una
luz los conduciría a través de la obscuridad y el desaliento. David
aprendió sabiduría de la manera en que Dios le trató, y se postró en
humildad bajo el castigo del Altísimo. La descripción fiel que de su
verdadero estado hizo el profeta Natán, le dió a conocer a David sus
propios pecados y le ayudó a desecharlos. Aceptó mansamente el
consejo y se humilló delante de Dios. “La ley de Jehová—exclama
él—es perfecta, que vuelve el alma.”
Salmos 19:7
.
No hay ocasión para desesperar
Los pecadores que se arrepienten no tienen motivo para deses-
perar porque se les recuerden sus transgresiones y se les amoneste
acerca de su peligro. Los mismos esfuerzos hechos en su favor de-
muestran cuánto los ama Dios y desea salvarlos. Ellos sólo deben
pedir su consejo y hacer su voluntad para heredar la vida eterna.
Dios presenta a su pueblo que yerra los pecados que comete, a fin
de que pueda ver su enormidad según la luz de la verdad divina. Su
deber es entonces renunciar a ellos para siempre.