Página 417 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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La responsabilidad de los miembros de la iglesia
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La relación con la iglesia no se ha de cancelar a la ligera; sin
embargo, cuando algunos que profesan seguir a Cristo se ven con-
trariados, o cuando su voz no ejerce la influencia dominante que
les parece merecer, amenazan con abandonar la iglesia. En verdad,
al abandonar la iglesia ellos serán los que más sufrirán, porque al
retirarse de su esfera de influencia se someten plenamente a las
tentaciones del mundo.
Sostenedores sinceros
Todo creyente debe ser sincero en su unión con la iglesia. La
prosperidad de ella debe ser su primer interés, y a menos que sienta
la obligación sagrada de lograr que su relación con la iglesia sea un
beneficio para ella con preferencia a sí mismo, la iglesia lo pasará
mucho mejor sin él. Está al alcance de todos hacer algo para la causa
de Dios. Hay quienes gastan grandes sumas en lujos innecesarios.
Complacen sus apetitos, pero creen que es una carga pesada contri-
buir con recursos para sostener la iglesia. Están dispuestos a recibir
todo el beneficio de sus privilegios, pero prefieren dejar a otros pagar
las cuentas.
Los que realmente sienten un profundo interés por el adelanto
de la causa, no vacilarán en invertir dinero en la empresa, cuando
y dondequiera que sea necesario. También deben considerar como
deber solemne ejemplificar en su carácter las enseñanzas de Cristo,
estando en paz uno con otro y actuando en perfecta armonía, como
un todo indiviso. Deben someter su criterio individual al juicio del
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cuerpo de la iglesia. Muchos viven solamente para sí. Consideran
su vida con gran complacencia, lisonjeándose de que son sin culpa,
cuando de hecho no hacen nada para Dios y viven en directa opo-
sición a su Palabra expresa. La observancia de las formas externas
no habrá de satisfacer nunca la gran necesidad del alma humana. El
profesar creer en Cristo no lo capacitará a uno lo bastante para resis-
tir la prueba del día del juicio. Debe haber una perfecta confianza
en Dios, una infantil dependencia de sus promesas y una completa
consagración a su voluntad.
Dios probó siempre a su pueblo en el horno de la aflicción a fin
de hacerlo firme y fiel, y limpiarlo de toda iniquidad. Después que
Abrahán y su hijo hubieron soportado la prueba más severa que se