Página 469 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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El carácter sagrado de los mandamientos de Dios
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mentes que están tan entenebrecidas que no reconocen la autoridad
de los mandamientos del Señor, dados directamente al hombre, pue-
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den recibir poco beneficio del débil instrumento elegido por él para
instruir a su pueblo.
Su edad no lo dispensa a Vd. de obedecer a los mandatos divinos.
Abrahán fué probado estrictamente en su vejez. Al afligido anciano
le parecían terribles e inoportunas las palabras del Señor; pero no
puso en duda su justicia ni vaciló en su obediencia. Podría haber
alegado que era anciano y débil, y que no podía sacrificar al hijo
que era el gozo de su vida. Podría haber recordado al Señor que
esta orden contrariaba las promesas que le había hecho respecto de
su hijo. Pero Abrahán obedeció sin una queja ni un reproche. Su
confianza en Dios fué implícita.
La fe de Abrahán debe ser nuestro ejemplo; sin embargo, cuán
pocos soportarán pacientemente una simple reprensión por los pe-
cados que hacen peligrar su bienestar eterno. Cuán pocos reciben
la corrección con humildad y aprovechan de ella. La exigencia de
Dios respecto de nuestra fe, nuestros servicios y nuestros afectos,
debe recibir una respuesta alegre. Tenemos una deuda infinita pa-
ra con el Señor y debemos cumplir sin vacilación el menor de sus
requerimientos. Para violar los mandamientos, no es necesario que
pisoteemos todo el código moral. Si despreciamos un precepto, so-
mos transgresores de la ley sagrada. Pero si queremos ser fieles
observadores de los mandamientos, debemos observar estrictamente
todo lo que Dios nos ha impuesto.
Dios permitió que su propio Hijo sufriese la muerte a fin de
satisfacer la penalidad de la transgresión de la ley; por tanto, ¿cómo
tratará a aquellos que, frente a toda esta evidencia, se aventuran en
la senda de la desobediencia después de haber recibido la luz de la
verdad? El hombre no tiene derecho a presentar su conveniencia o
sus necesidades en este asunto. Dios proveerá; el que alimentó a
Elías a orillas del arroyo, haciendo de un cuervo su mensajero, no
dejará a sus fieles sufrir por falta de alimento.
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El Salvador preguntó a sus discípulos, que estaban apremiados
por la pobreza, por qué se acongojaban acerca de lo que debían
comer y cómo habían de vestirse. Les dijo: “Mirad las aves del cielo,
que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas?”