Una lección de humilda
Jesús, el amado Salvador, ha dado a todos notables lecciones de
humildad, pero especialmente al ministro evangélico. En su humi-
llación, cuando su obra en la tierra estaba casi terminada y estaba
por volver al trono de su Padre, de donde había venido con toda la
potestad en sus manos y con toda la gloria sobre su frente, entre
las últimas lecciones que dió a sus discípulos hubo una sobre la
importancia de la humildad. Mientras éstos contendían en cuanto a
quién sería el mayor en el reino prometido, se ciñó como siervo y
lavó los pies de aquellos que le llamaban Señor y Maestro.
Casi había terminado su ministerio; le quedaban tan sólo unas
pocas lecciones más que impartir. Y a fin de que nunca olvidasen la
humildad del Cordero de Dios, puro y sin mancha, el que iba a ofre-
cer en favor del hombre el sacrificio más grande y eficaz se humilló
y les lavó los pies a los discípulos. Nos beneficiará a todos, pero
especialmente a nuestros ministros en general, el recordar frecuen-
temente las escenas finales de la vida de nuestro Redentor. Aquí,
asediados de tentaciones como él lo fué, podemos todos aprender
lecciones de la mayor importancia para nosotros.
Sería bueno que dedicásemos una hora de meditación cada día
para repasar la vida de Cristo desde el pesebre hasta el Calvario.
Debemos considerarla punto por punto, y dejar que la imaginación
capte vívidamente cada escena, especialmente las finales de su vida
terrenal. Al contemplar así sus enseñanzas y sus sufrimientos, y el
sacrificio infinito que hizo para la salvación de la familia humana, po-
demos fortalecer nuestra fe, vivificar nuestro amor, compenetrarnos
más profundamente del espíritu que sostuvo a nuestro Salvador.
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Si queremos ser salvos al fin, debemos aprender todos, al pie de
la cruz, la lección de penitencia y fe. Cristo sufrió la humillación
para salvarnos de la desgracia eterna. Consintió en que sobre él
recayesen el desprecio, las burlas y los ultrajes, a fin de protegernos.
Testimonios para la Iglesia 4:373-375 (1879)
. (Del cap. “La consagración de los
ministros.”)
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