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Joyas de los Testimonios 1
verdad perderá su poder fascinante, y dichas personas no ejercerán
ya ninguna influencia santa, ni serán mejores por profesar la verdad.
Me asombra que teniendo delante de nosotros los ejemplos de
lo que el hombre puede ser y hacer, no nos sintamos estimulados a
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esforzarnos para emular más las buenas obras de los justos. Todos
no pueden ocupar una posición eminente; pero todos pueden ocupar
puestos de utilidad y confianza, y pueden, por su fidelidad perseve-
rante, hacer mayor bien de lo que se imaginan. Los que abrazan la
verdad deben buscar una clara comprensión de las Escrituras y un
conocimiento experimental de un Salvador vivo. El intelecto debe
cultivarse, la memoria debe ponerse a contribución. Toda pereza
intelectual es pecado y el letargo espiritual es muerte.
Dirijamos la atención hacia Cristo
¡Oh, si pudiese disponer de un lenguaje suficientemente vigoroso
para hacer la impresión que quisiera causar en mis colaboradores en
el Evangelio! Hermanos míos, estáis manejando las palabras de vida;
estáis tratando con mentes que son capaces del más alto desarrollo
si se las dirige en el debido cauce. En los discursos que se presentan
hay demasiada exhibición del yo. El Cristo crucificado, el Cristo
que ascendió a los cielos, el Cristo que va a volver, debe enternecer,
alegrar y llenar la mente del ministro del Evangelio de tal manera
que presente estas verdades a la gente con amor y fervor profundo.
El ministro se perderá entonces de vista y Jesús será magnificado. La
gente quedará impresionada con estos temas absorbentes, y hablará
de ellos y los alabará en vez de alabar al ministro, el mero instru-
mento. Si la gente, mientras alaba al predicador, tiene poco interés
en la Palabra, éste puede saber que la verdad no está santificando su
propia alma. No habla a sus oyentes de manera que honre a Cristo y
magnifique su amor.
Dijo Cristo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre
que está en los cielos.”
Mateo 5:16
. Dejad resplandecer vuestra
luz de tal manera que la gloria sea para Dios en lugar de ser para
vosotros mismos. Si se os dirigen alabanzas, bien podéis temblar y
avergonzaros, porque se ha frustrado el gran propósito; no se ensalza
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a Dios sino al siervo.
Así brille vuestra luz;
tened cuidado, ministros