Página 51 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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“Sé celoso y arrepiéntete”
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con libertad de ésta o aquella persona, cuando el acusado no está
presente.
El orden en el culto
Algunos piensan que es malo procurar observar orden en el culto
de Dios. Pero he visto que tal cosa no es peligrosa. He visto que
la confusión desagrada al Señor, y que debe haber orden en la ora-
ción y también en el canto. No debemos ir a la casa de Dios a orar
por nuestras familias, a menos que nos induzca a ello un profundo
sentimiento, mientras el Espíritu de Dios las está convenciendo. Ge-
neralmente, el momento apropiado para orar por nuestras familias es
el culto de familia. Cuando las personas objeto de nuestras oraciones
están lejos, la cámara secreta es el lugar apropiado donde se puede
interceder ante Dios en su favor. Cuando estamos en la casa de Dios,
debemos pedir por una bendición actual y esperar que Dios oirá y
contestará nuestras oraciones. Estas reuniones serán interesantes y
llenas de vida.
Vi que todos deben cantar con el espíritu, y también con el
entendimiento. A Dios no le agrada la confusión de voces y la
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discordia. Siempre le agrada más lo correcto que lo erróneo. Y
cuanto más correcto y armonioso sea el canto del pueblo de Dios,
tanto más glorificado será el Señor, beneficiada la iglesia y afectados
favorablemente los incrédulos.
Se me ha mostrado el orden perfecto del cielo, y he quedado
arrobada al escuchar la música perfecta que se oye allí. Después de
salir de la visión, el canto terrenal me pareció muy áspero y discor-
dante. He visto compañías de ángeles dispuestos en cuadros, cada
uno con un arpa de oro. En el extremo del arpa había un instrumento
para dar vuelta, acomodar el arpa o cambiar la melodía. Sus dedos
no recorrían descuidadamente las cuerdas, sino que tocaban distintas
cuerdas para producir diferentes sonidos. Hay un ángel que siempre
guía, que toca primero el arpa y da el tono; luego todos se unen para
producir la rica y perfecta música del cielo. Es indescriptible esa
melodía celestial y divina, que vibra mientras todo rostro refleja la
imagen de Jesús, cuya gloria resplandece con brillo inefable.
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