Página 511 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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El carácter sagrado de los votos
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ponsabilidad y no empleó el talento a él confiado; por lo tanto fué
echado a las tinieblas de afuera.
Dijo Cristo: “¡Cuán difícil es para los que confían en las riquezas,
entrar en el reino de Dios!”
Marcos 10:24 (VM)
. Y sus discípulos
se quedaron asombrados de su doctrina. Cuando un ministro que
ha trabajado con éxito en ganar almas para Jesucristo abandona su
obra sagrada para obtener ganancias temporales, se le llama apóstata
y habrá de dar cuenta a Dios por los talentos a los cuales dió mala
aplicación. Cuando hombres de diferentes vocaciones: agricultores,
mecánicos, abogados, etc., se hacen miembros de la iglesia, vienen
a ser siervos de Cristo; y aunque sus talentos sean completamente
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diferentes, su responsabilidad en cuanto a hacer progresar la causa de
Dios por el esfuerzo personal y con sus recursos, no es menor que la
que descansa sobre el predicador. El ay que caerá sobre el ministro si
no predica el Evangelio, caerá tan seguramente sobre el negociante,
si él, con sus diferentes talentos, no coopera con Cristo en lograr
los mismos resultados. Cuando se le presente esto a cada individuo,
algunos dirán: “Dura es esta palabra” (
Juan 6:60
); sin embargo
es veraz aunque sea contradicha continuamente por la práctica de
hombres que profesan seguir a Cristo.
La benevolencia sistemática es equitativa
Dios proveyó pan para su pueblo en el desierto mediante un
milagro de misericordia, y podría haber provisto todo lo necesario
para el servicio religioso, pero no lo hizo, porque en su infinita
sabiduría veía que la disciplina moral de su pueblo dependía de
su cooperación con él, de que cada uno de ellos hiciese algo. A
medida que la verdad vaya progresando, pesarán sobre los hombres
las exigencias de Dios respecto a dar de lo que les ha confiado con
este mismo fin. Dios, el Creador del hombre, al instituir el plan
de la benevolencia sistemática, ha distribuído el peso de la obra
igualmente sobre todos según sus diversas capacidades.
Cada uno ha de ser su propio asesor, y se le deja dar según
se propone en su corazón. Pero hay algunos que son culpables
del mismo pecado que cometieron Ananías y Safira, pues piensan
que si retienen una porción de lo que Dios pide en el sistema del
diezmo, los hermanos no lo sabrán nunca. Así pensaba la pareja