Página 517 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Los testamentos y legado
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompe, y donde ladrones minan y hurtan; mas haceos tesoros
en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones
no minan ni hurtan.”
Mateo 6:19, 20
. El egoísmo es un pecado
destructor del alma. Bajo este encabezamiento se incluye la codicia,
o avaricia, que es idolatría. Todas las cosas pertenecen a Dios. Toda
la prosperidad de que disfrutamos es resultado de la beneficencia
divina. Dios es el grande y bondadoso Dador. Si él requiere alguna
parte de la provisión generosa que nos ha concedido, no es para
enriquecerse con nuestros dones, porque él nada necesita de nuestra
mano; sino que es para que tengamos oportunidad de practicar la
abnegación, el amor y la simpatía hacia nuestros semejantes, y así
seamos sumamente exaltados.
En toda dispensación, desde el tiempo de Adán hasta el nuestro,
Dios ha exigido la propiedad del hombre, diciendo: Yo soy el dueño
legítimo del universo; por lo tanto conságrame tus primicias, trae un
tributo de lealtad, entrégame lo mío, reconociendo así mi soberanía, y
quedarás libre para retener y disfrutar mis bondades, y mi bendición
estará contigo. “Honra a Jehová de tu substancia, y de las primicias
de todos tus frutos.”
Proverbios 3:9
.
Los requerimientos de Dios ocupan el primer lugar. No estamos
haciendo su voluntad si le consagramos lo que queda de nuestra
entrada después que han sido suplidas todas nuestras necesidades
imaginarias. Antes de consumir cualquier parte de nuestras ganan-
cias, debemos sacar y presentar a Dios la porción que él exige. En la
antigua dispensación, se mantenía siempre ardiendo sobre el altar
una ofrenda de gratitud, para demostrar así la infinita obligación del
hombre hacia Dios. Si nuestros negocios seculares prosperan, ello
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se debe a que Dios nos bendice. Una parte de estos ingresos debe
consagrarse a los pobres, y una gran porción debe dedicarse a la
causa de Dios. Cuando se le devuelve a Dios lo que él pide, el resto
Testimonios para la Iglesia 4:476-485 (1880)
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