La relación de los miembros de la iglesi
Cada hombre que lucha para vencer, tendrá que contender con
sus propias debilidades; pero como es mucho más fácil ver las faltas
ajenas que las propias, debiera manifestar más diligencia y severidad
consigo mismo que con los demás.
Todos los miembros de la iglesia, si son hijos e hijas de Dios,
pasarán por un proceso de disciplina antes de poder ser luces en el
mundo. Dios no convertirá a los hombres y las mujeres en conductos
de luz, mientras estén en las tinieblas y se conformen con permanecer
en ellas, sin hacer esfuerzos especiales para relacionarse con la
Fuente de la luz. Los que sientan su propia necesidad y se inciten a
sí mismos a la reflexión más profunda y a la oración y acción más
fervientes y perseverantes, recibirán ayuda divina. Cada uno tiene
mucho que desaprender respecto de sí mismo, y también mucho que
aprender. Debe deshacerse de antiguas costumbres, y la victoria se
puede obtener únicamente mediante empeñosas luchas para corregir
estos errores y la plena recepción de la verdad para poner en práctica
sus principios, por la gracia de Dios.
Serenidad y dominio propio
Desearía poder hablar palabras que os convenciesen a todos
de que nuestra única esperanza como individuos consiste en rela-
cionarnos con Dios. Debe obtenerse pureza de alma; y debemos
escudriñar mucho nuestros corazones y vencer mucha obstinación y
amor propio, lo cual requerirá oración ferviente y constante.
Los hombres duros y criticones con frecuencia se disculpan o
tratan de justificar su falta de cortesía cristiana porque algunos de
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los reformadores obraron con un espíritu tal, y sostienen que la obra
que debe hacerse en este tiempo requiere el mismo espíritu; pero tal
no es el caso. Un espíritu sereno y perfectamente controlado es el
que más conviene en cualquier lugar, aun en la compañía de los más
Testimonios para la Iglesia 4:485-489 (1880)
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