Página 531 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Dispépticos mentale
Mi amor hacia su alma me induce a escribirle en este momento.
Me siento oprimida por la responsabilidad que asumo al escribirle
estas cosas. Por su propia conducta está cerrando las puertas del
cielo para Vd. y sus hijos; porque ninguno de Vds. entrará allí con
sus actuales caracteres deficientes. Vd., hermana mía, está perdiendo
tristemente en el juego de la vida. Los ángeles santos la observan
con tristeza, y los malos espíritus miran con expresión de triunfo al
ver cómo Vd. pierde rápidamente las gracias que adornan el carácter
cristiano, mientras que en su lugar Satanás implanta sus propios
malos rasgos.
Se ha dedicado tanto a la lectura de novelas y cuentos que vive en
un mundo imaginario. La influencia de una lectura tal perjudica tanto
a la mente como al cuerpo; debilita el intelecto e impone una terrible
carga sobre la fuerza física. A veces apenas podría considerarse que
su mente está sana, porque la imaginación se ha sobreexcitado y ha
enfermado por causa de la lectura de historias ficticias. La mente
debe disciplinarse de tal manera que todas sus facultades se desarro-
llen simétricamente. Cierto curso de preparación puede vigorizar las
facultades especiales, y al mismo tiempo dejar rezagadas otras, de
manera que se estorba su utilidad. La memoria sufre grave perjuicio
debido a la lectura mal escogida, que tiende a desequilibrar las facul-
tades del raciocinio, y a crear nerviosidad, cansancio del cerebro y
postración de todo el organismo. Si constantemente se alimenta con
exceso la imaginación, y se la estimula mediante las ficciones, no
tarda en volverse tiránica, en dominar todas las otras facultades de
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la mente, y en tornar caprichoso el gusto y pervertir las tendencias.
Vd. es una dispéptica mental. Su mente rebosa de conocimientos
de toda clase: política, historia, teología y anécdotas, de todo lo cual
solamente una parte puede ser retenida por una memoria recargada.
Sería de mucho más valor tener menos información en un cerebro
Testimonios para la Iglesia 4:497-499 (1880)
. (Del cap. “Importancia del dominio
propio.”)
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