Página 540 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Obreros fiele
La paz de Cristo no puede ser comprada con dinero; el talento
brillante no puede disponer de ella; el intelecto no la puede asegurar:
es un don de Dios. ¿Cómo podría yo hacer comprender a todos la
gran pérdida que experimentan si no siguen los santos principios
de la religión de Cristo en la vida diaria? La mansedumbre y la
humildad de Cristo constituyen el poder del cristiano. Son a la verdad
más preciosas que todo lo que el genio puede crear o las riquezas
comprar. De todas las cosas buscadas, apreciadas o cultivadas, no
hay nada tan valioso a la vista de Dios como un corazón puro, una
disposición rebosante de agradecimiento y paz.
Si la divina armonía de la verdad y el amor imperan en el corazón,
resplandecerán en palabras y acciones. El cultivo más cuidadoso
de los modales externos y de la cortesía no tiene suficiente poder
para ahuyentar toda inquietud, juicio duro y palabras impropias.
El espíritu de genuina benevolencia debe morar en el corazón. El
amor imparte a su poseedor gracia, donaire y hermosura de porte.
El amor ilumina el rostro y subyuga la voz; refina y eleva a todo el
ser humano. Lo pone en armonía con Dios, porque es un atributo
celestial.
Muchos corren el riesgo de pensar que mientras llevan cargas de
trabajo, escriben, ejercen la profesión médica o deben cumplir los
deberes de los diversos departamentos, se los excusa si descuidan la
oración, la observancia del sábado y el servicio religioso. Las cosas
sagradas quedan así rebajadas para adaptarse a su conveniencia,
mientras que los deberes, la abnegación y las cruces quedan sin
tocar. Ni los médicos ni sus ayudantes deben intentar realizar su
trabajo sin tomarse tiempo para orar. Dios quiere ser el ayudador
de todos los que profesan amarle si ellos quieren acudir a él con
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fe y, conscientes de su propia debilidad, anhelan su poder. Cuando
se separan de Dios, su sabiduría resulta insensatez. Cuando sean
pequeños a sus propios ojos y se apoyen en su Dios, entonces él
Testimonios para la Iglesia 4:559-561 (1881)
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