Página 57 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Los jóvenes observadores del sábado
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de pecado. Ese remedio está en Jesús. ¡Precioso Salvador! Su gracia
basta para los más débiles; y los más fuertes deben recibir también
su gracia o perecer.
Vi cómo se puede obtener esta gracia. Id a vuestra cámara, y allí
a solas, suplicad a Dios: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio;
y renueva un espíritu recto dentro de mí.”
Salmos 51:10
. Tened
fervor y sinceridad. La oración ferviente es muy eficaz. Como Jacob,
luchad en oración. Agonizad. En el huerto Jesús sudó grandes gotas
de sangre; pero habéis de hacer un esfuerzo. No abandonéis vuestra
cámara hasta que os sintáis fuertes en Dios; luego velad y mientras
veléis y oréis, podréis dominar los pecados que os asedian, y la
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gracia de Dios podrá manifestarse en vosotros; y lo hará.
No permita Dios que yo deje de amonestaros. Jóvenes amigos,
buscad al Señor de todo corazón. Acudid a él con celo, y cuando
sintáis sinceramente que sin la ayuda de Dios habríais de perecer,
cuando le anheléis a él como el ciervo anhela las corrientes de agua,
entonces el Señor os fortalecerá prestamente. Entonces vuestra paz
sobrepujará todo entendimiento. Si esperáis la salvación, debéis orar.
Tomad tiempo para ello. No os apresuréis ni seáis negligentes en
vuestras oraciones. Rogad a Dios que obre en vosotros una refor-
ma cabal, para que los frutos de su Espíritu moren en vosotros y
permanezcáis como luminarias en el mundo. No seáis un estorbo
ni una maldición para la causa de Dios; podéis ser una ayuda, una
bendición. ¿Os dice Satanás que no podéis disfrutar de la salvación,
plena y gratuitamente? No lo creáis.
Vi que es privilegio de todo cristiano gozar de las profundas
emociones del Espíritu de Dios. Una paz dulce y celestial invadirá
la mente y os deleitaréis en meditar en Dios y en el cielo. Os regoci-
jarán las gloriosas promesas de su Palabra. Pero sabed primero que
habéis iniciado la carrera cristiana. Sabed que habéis dado los pri-
meros pasos en el camino de la vida eterna. No os engañéis. Sé que
muchos de vosotros no sabéis lo que es la religión. Habéis sentido
cierta excitación, cierta emoción, pero nunca habéis reconocido la
enormidad del pecado. Nunca habéis sentido que estabais perdidos,
ni os habéis apartado de vuestros malos caminos con amargo pesar.
Nunca habéis muerto al mundo. Amáis todavía sus placeres; os de-
leita conversar de asuntos mundanales. Pero, cuando se introduce la
verdad de Dios no tenéis nada que decir. ¿Por qué calláis así? ¿Por