Página 84 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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El nombre de nuestra denominació
Recibí una revelación acerca de la adopción de un nombre por el
pueblo remanente. Se me presentaron dos clases de personas. Una
abarcaba las grandes organizaciones cuyos miembros profesan ser
cristianos. Estos hollaban la ley de Dios bajo sus pies y se postraban
ante una institución papal. Observaban el primer día de la semana
como día de reposo del Señor. La otra clase, en la cual había pocas
personas, se prosternaba ante el gran Legislador. Observaba el cuarto
mandamiento. Los rasgos peculiares y prominentes de su fe eran la
observancia del séptimo día y la espera del aparecimiento de nuestro
Señor en el cielo.
El conflicto se desarrolla entre los requisitos de Dios y los de la
bestia. El primer día, institución papal que contradice directamente
al cuarto mandamiento, ha de ser usado todavía como una prueba
por la bestia de dos cuernos. Y entonces la solemne amonestación
de Dios declara la penalidad en que incurren los que se postran ante
la bestia y su imagen. Beberán del vino de la ira de Dios, que es
derramado sin mezcla en la copa de su indignación.
No podríamos elegir un nombre más apropiado que el que con-
cuerda con nuestra profesión, expresa nuestra fe y nos señala como
pueblo peculiar. El nombre adventista del séptimo día es una re-
prensión permanente para el mundo protestante. En él se halla la
línea de demarcación entre los que adoran a Dios y los que adoran
la bestia y reciben su marca. El gran conflicto se desarrolla entre los
mandamientos de Dios y los requisitos de la bestia. Debido a que
los santos guardan todos los diez mandamientos, el dragón guerrea
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contra ellos. Si quisieran arriar el estandarte y renunciar a las pe-
culiaridades de su fe, el dragón se aplacaría, porque excitan su ira,
porque se atreven a levantar el estandarte y a desplegar su bandera en
oposición al mundo protestante que adora la institución del papado.
El nombre adventista del séptimo día presenta los verdaderos
rasgos de nuestra fe, y convencerá la mente inquisidora. Como una
Testimonios para la Iglesia 1:223, 224 (1861)
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