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Joyas de los Testimonios 1
despierta vuestros deseos y diligencia por estudiarla, no es peligrosa,
sino benéfica.
Me fuisteis presentados con los ojos apartados del Libro sagrado
y atentamente fijos en libros excitantes, que son mortales para la
religión. Cuanto más a menudo y con mayor diligencia leáis las
Escrituras, más hermosas os parecerán y menos gusto tendréis por
las lecturas livianas. El estudio diario de las Escrituras ejercerá sobre
la mente una influencia santificadora. Respiraréis una atmósfera ce-
lestial. Ligad este precioso Volumen a vuestro corazón. Demostrará
ser para vosotros un amigo y un guía en la perplejidad.
Salid y manteneos separados
Habéis tenido en vuestra vida ciertos objetivos en vista y, ¡con
cuánta constancia y perseverancia habéis trabajado para alcanzarlos!
Habéis hecho cálculos y planes hasta que se realizaron vuestros de-
seos. Hay ahora delante de vosotros un objeto digno de un esfuerzo
perseverante, incansable, de toda la vida. Es la salvación de vuestra
alma, la vida eterna. Y para alcanzarla se requiere abnegación, sacri-
ficio y estudio detenido. Debéis ser purificados y refinados. Os falta
la influencia salvadora del Espíritu de Dios. Tratáis con vuestros
asociados, y os olvidáis de que habéis tomado el nombre de Cristo.
Actuáis y os vestís como ellos.
Hna. K***, vi que Vd. tiene una obra que hacer. Debe morir
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al orgullo y dedicar todo su interés a la verdad. Su destino eterno
depende de la conducta que siga ahora. Para obtener la vida eterna,
debe Vd. vivir por ella y negarse a sí misma. Salga del mundo y
manténgase separada de él. Su vida debe caracterizarse por la so-
briedad, la vigilancia y la oración. Los ángeles están observando
el desarrollo del carácter, y pesando el valor moral. Todas nuestras
palabras y acciones pasan en revista delante de Dios. Es un mo-
mento terrible y solemne. La esperanza de la vida eterna no ha de
considerarse livianamente; es asunto que debe decidirse entre Dios
y nuestra propia alma. Algunos prefieren apoyarse en el juicio y la
experiencia de los demás, antes que darse el trabajo de examinar de-
tenidamente su propio corazón, y dejan transcurrir meses y años sin
recibir testimonio del Espíritu de Dios ni evidencia de que han sido
aceptados. Se engañan a sí mismos. Tienen una esperanza supuesta,