Página 89 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Una consagración completa
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pero carecen de las cualidades esenciales del cristiano. Ante todo
se debe verificar una obra cabal en el corazón; luego los modales
asumirán el carácter elevado y noble que señala a los verdaderos
discípulos de Cristo. Se requiere esfuerzo y valor moral para vivir
de acuerdo con nuestra fe.
El pueblo de Dios es singular. Su espíritu no puede congeniar
con el espíritu e influencia del mundo. No deseáis llevar el nombre
de cristianos y ser indignos de él. No deseáis comparecer ante Jesús
con una simple profesión de fe. No deseáis engañaros en un asunto
tan importante. Examinad cabalmente las bases de vuestra esperanza.
Obrad verazmente con vuestra propia alma. Una esperanza supuesta
no os salvará. ¿Habéis calculado el costo? Temo que no. Decidid
ahora si seguiréis a Cristo, cueste lo que cueste. No podéis hacerlo
y gozar de la compañía de aquellos que no prestan atención a las
cosas divinas. Vuestros espíritus no pueden fusionarse mejor de lo
que se fusionan el aceite y el agua.
Es una gran cosa ser hijo de Dios y coheredero con Cristo. Si tal
es vuestro privilegio, conoceréis la comunión de los sufrimientos de
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Cristo. Dios mira al corazón. Vi que debéis buscarle fervorosamente,
y elevar la norma de vuestra piedad, o no alcanzaréis la vida eterna.
Tal vez os preguntéis: ¿Vió la Hna. White esto? Sí: y he procurado
presentároslo, y daros todas las impresiones que yo sentí. El Señor
os ayude a prestarles atención.
Estimados hermanos, velad sobre vuestros hijos con cuidado
celoso. El espíritu y la influencia del mundo están destruyendo en
ellos todo deseo de ser verdaderos cristianos. Sea vuestra influencia
tal que los aparte de los compañeros jóvenes que no tienen interés
en las cosas divinas. Deben hacer un sacrificio si quieren ganar el
cielo.
* * * * *
¿A quién escogeréis, dice Cristo, a mí o al mundo? Dios pide
que se le entreguen incondicionalmente el corazón y los afectos.
Si amáis a vuestros amigos, hermanos o hermanas, casas o tierras,
más que a mí, dice Cristo, no sois dignos de mí. La religión im-
pone al alma la mayor obligación hacia sus requerimientos, la de
andar guiada por sus principios. Así como el imán misterioso señala