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El amor, un principio divino y eterno
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El amor puro es sencillo en sus manifestaciones, y distinto de
cualquier otro principio de acción. El amor por la influencia y el
deseo de que otros nos estimen, puede producir una vida bien or-
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denada, y con frecuencia una conversación intachable. El respeto
propio puede guiarnos a evitar la apariencia del mal. Un corazón
egoísta puede ejecutar acciones generosas, reconocer la verdad pre-
sente y expresar humildad y afecto exteriormente, y sin embargo, los
motivos pueden ser engañosos e impuros; las acciones que fluyen de
un corazón como ese pueden estar desprovistas del sabor de vida,
de los frutos de la verdadera santidad y de los principios del amor
puro. Debe albergarse y cultivarse el amor, porque su influencia es
divina.—
Joyas de los Testimonios 1:208, 209 (1868)
.
El amor hace concesiones
El amor de Cristo es profundo y ferviente, y mana como una
corriente incontenible hacia todos los que quieran aceptarlo. En este
amor no hay egoísmo. Si este amor de origen celestial es un principio
permanente en el corazón, se dará a conocer no solo a aquellos con
quienes estamos más vinculados por amor en una relación sagrada,
sino a todos con quienes nos relacionamos. Nos guiará a prestar
pequeñas atenciones, a hacer concesiones, a realizar actos de bondad,
a pronunciar palabras tiernas, veraces, animadoras. Nos impulsará a
solidarizarnos con aquellos cuyos corazones anhelan amor.—
5SDA-
BC 1114 (1899)
.
El amor gobierna los motivos y las acciones
La atención más cuidadosa a los elementos externos de la vida
no basta para excluir toda inquietud, juicio severo y palabra inade-
cuada. Nunca se revelará verdadero refinamiento mientras se tenga
al yo como objeto supremo. El amor debe morar en el corazón. Un
cristiano cabal encuentra sus motivos de acción en su amor hacia
su Maestro. De las raíces de su afecto por Cristo brota un interés
abnegado en sus hermanos. El amor imparte a su poseedor gracia,
propiedad y dignidad de comportamiento. Ilumina el rostro y enter-
nece la voz, refina y eleva todo el ser.—
Obreros Evangélicos, 129
(1915)
.