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Amor y sexualidad en la experiencia humana
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Dios ha puesto a los seres humanos en el mundo, y es el pri-
vilegio de ellos comer, beber, comerciar, casarse y ser dados en
casamiento; pero solamente es seguro hacer estas cosas en el temor
de Dios. Deberíamos vivir en este mundo teniendo en cuenta el
mundo eterno.—
The Review and Herald, 25 de septiembre de 1888
.
El matrimonio no es una licencia para dar rienda suelta a las
pasiones sensuales
Son pocos los que consideran que es un deber religioso gober-
nar sus pasiones. Se han unido en matrimonio con el objeto de su
elección, y por lo tanto, razonan que el matrimonio santifica la sa-
tisfacción de las pasiones más bajas. Aun hombres y mujeres que
profesan piedad, dan rienda suelta a sus pasiones concupiscentes, y
no piensan que Dios los tiene por responsables del desgaste de la
energía vital que debilita su resistencia y enerva todo el organismo.
El pacto matrimonial cubre pecados del más vil carácter. Hom-
bres y mujeres que profesan ser piadosos degradan su propio cuerpo
por la satisfacción de pasiones corrompidas, y así se rebajan a un ni-
vel más bajo que el de los brutos. Abusan de las facultades que Dios
les ha dado para que las conserven en santificación y honra. Sacrifi-
can la vida y la salud sobre el altar de las bajas pasiones. Someten
las facultades superiores y más nobles a las propensiones naturales.
Los que así pecan ignoran el resultado de su conducta.—
Joyas de
los Testimonios 1:264 (1870)
.
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La necesaria distinción entre el amor y la concupiscencia
No es amor puro el que impulsa a un hombre a hacer de su esposa
un instrumento que satisfaga su concupiscencia. Es expresión de las
pasiones animales que claman por ser satisfechas.
¡Cuán pocos hombres manifiestan su amor tal y como dice el
apóstol: “Así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo
por ella”, no para contaminarla, sino “para santificarla”, para “que
fuera santa y sin mancha”!
Efesios 5:25-27
. Esta es la calidad del
amor que en las relaciones matrimoniales Dios reconoce como santo.
El amor es un principio puro y sagrado; pero la pasión concupis-
cente no admite restricción, no quiere que la razón le dicte órdenes