Principios de estudio y aprendizaje
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Dios aceptará a los jóvenes con sus talentos y la riqueza de
sus afectos si ellos se consagran a él. Pueden alcanzar la cima
más elevada de la grandeza intelectual; y si están equilibrados por
los principios religiosos, pueden llevar adelante la obra que Cristo
vino del cielo para realizar, y al hacerlo, llegar a ser colaboradores
con el Maestro.—
The Review and Herald, 21 de junio de 1877
;
Fundamentals of Christian Education, 47, 48
.
No satisfechos con trabajo de calidad inferior
El verdadero maestro no se satisface con un trabajo de calidad
inferior. No se conforma con dirigir a sus alumnos hacia un ideal
más bajo que el más elevado que les sea posible alcanzar. No puede
contentarse con transmitirles únicamente conocimientos técnicos,
con hacer de ellos meramente contadores expertos, artesanos hábiles
o comerciantes de éxito. Su ambición es inculcarles principios de
verdad, obediencia, honor, integridad y pureza, principios que los
conviertan en una fuerza positiva para la estabilidad y elevación de
la sociedad. Desea, sobre todo, que aprendan la gran lección de la
vida, la del servicio abnegado.—
La Educación, 29, 30 (1903)
.
Hay que elevar la mente
Se me ha instruido que debemos elevar la mente de nuestros
estudiantes más arriba de lo que ahora muchos piensan que es po-
sible. El corazón y la mente han de ser educados para conservar
su pureza por la recepción diaria de provisiones de la fuente de la
verdad eterna. La Mente y la Mano divinas han conservado a través
de los siglos el registro de la creación en toda su pureza. Solamen-
te la Palabra de Dios nos da un informe auténtico de la creación
de nuestro mundo. Esta Palabra ha de ser el estudio principal en
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nuestras escuelas. Aquí podemos conversar con los patriarcas y los
profetas; aquí podemos aprender cuánto le costó nuestra redención
al que era igual al Padre desde el principio, y quien sacrificó su vida
para que ante él un pueblo pudiera estar redimido de entre las cosas
comunes y terrenales, y ser renovado a la imagen de Dios.—
Carta
64, 1909
.