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Mente, Carácter y Personalidad 1
la ley de Dios, sus sentidos no estarán distorsionados y deformados;
sus facultades ya no serán pervertidas y desperdiciadas al ejercitar-
se en objetos que pueden alejarlo de Dios. Por medio de la gracia
otorgada por el cielo, las palabras, los pensamientos y las energías
pueden ser purificados; se puede formar un carácter nuevo, y se
puede vencer la degradación del pecado.—
Manuscrito 60, 1905
.
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La mente vacilante es el comienzo de la tentación
El primer paso para ceder a la tentación es permitir que la mente
vacile, en tener una débil confianza en Dios. El perverso siempre
anda buscando la oportunidad de desfigurar a Dios, y de atraer la
mente a lo que es prohibido. Si logra conseguirlo, fijará la mente so-
bre las cosas de este mundo, se esforzará por excitar las emociones,
por despertar las pasiones, por fijar su amor en objetos que no son
para el bien; pero ustedes pueden someter toda emoción y pasión a
control, en serena sujeción a la razón y la conciencia. Entonces Sata-
nás pierde su poder de controlar la mente. La obra a que Cristo nos
llama, es la obra de vencer progresivamente los males espirituales
de nuestro carácter. Las tendencias naturales deben ser derrotadas
[...]. Los apetitos y las pasiones deben ser subyugados, y la voluntad
debe ser puesta enteramente al lado de Cristo.—
The Review and
Herald, 14 de junio de 1892
;
Nuestra Elavada Vocacion, 89
.
Nadie necesita desesperar por tendencias heredadas
Satanás está siempre alerto para engañar y desviar. Él usa cual-
quier argumento para atraer a los hombres al ancho camino de la
desobediencia. Trabaja para confundir los sentidos con sentimientos
equivocados y para cambiar los hitos poniendo sus inscripciones
falsas en los postes indicadores que Dios estableció para señalar el
camino correcto. Por cuanto estas agencias del mal están luchando
para eclipsar cada rayo de luz que viene al alma, los seres celestiales
han sido asignados para realizar su ministerio, guiar, guardar y con-
trolar a los que han de ser herederos de la salvación. Nadie necesita
desesperar por causa de las tendencias heredadas hacia el mal, pero
cuando el Espíritu de Dios convence de pecado, el impío ha de arre-
pentirse y confesar y abandonar el mal. Fieles centinelas están de