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El amor, un principio divino y eterno
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nas, veraces, animadoras. Nos impulsará a simpatizar con aquellos
cuyos corazones anhelan simpatía.—
The S.D.A. Bible Commentary
5:1114 (1899)
.
[213]
El amor gobierna los motivos y las acciones
—La atención
más cuidadosa a las cualidades externas de la vida no basta para
excluir toda inquietud, juicio duro y palabra inconveniente. Nunca
se revelará verdadero refinamiento mientras se tenga al yo como
objeto supremo. El amor debe morar en el corazón. Un cristiano
cabal encuentra sus motivos de acción en su profundo amor cordial
hacia su Maestro. De las raíces de su afecto por Cristo brota un
interés abnegado en sus hermanos. El amor imparte a su poseedor
gracia, propiedad y dignidad de comportamiento. Ilumina el rostro
y suaviza la voz; refina y eleva todo el ser.—
Obreros Evangélicos,
129 (1915)
.
El amor interpreta favorablemente los motivos de los otros
El amor “no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no
guarda rencor”. El amor que se asemeja al de Cristo atribuye las
razones más favorables a los motivos y los actos de los demás. No
expone innecesariamente sus faltas; no escucha con ansias los infor-
mes desfavorables; más bien trata de recordar las buenas cualidades
de los demás.—
Los Hechos de los Apóstoles, 263 (1911)
.
El amor suaviza la vida entera
—Los que aman a Dios no
pueden abrigar odio o envidia. Mientras que el principio celestial del
amor eterno llena el corazón, fluirá a los demás... Este amor no se
reduce a incluir solamente “a mí y a los míos”, sino que es tan amplio
como el mundo y tan alto como el cielo, y está en armonía con el de
los activos ángeles. Este amor, albergado en el alma, suaviza la vida
entera, y hace sentir su influencia en todo su alrededor. Poseyéndolo,
no podemos sino ser felices, sea que la fortuna nos favorezca o nos
sea contraria.
Si amamos a Dios de todo nuestro corazón, debemos amar tam-
bién a sus hijos. Este amor es el Espíritu de Dios. Es el adorno
celestial que da verdadera nobleza y dignidad al alma y asemeja
nuestra vida a la del Maestro. Cualesquiera que sean las buenas
cualidades que tengamos, por honorables y refinados que nos consi-
[214]
deremos, si el alma no está bautizada con la gracia celestial del amor
hacia Dios y hacia nuestros semejantes, nos falta verdadera bondad,
y no estamos listos para el cielo, donde todo es amor y unidad.—