La protección de la nueva experiencia
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y purifica el alma], tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida... Yo
soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este
pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual
yo daré por la vida del mundo... Si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come
mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en
el día postrero... El espíritu es el que da vida; la carne para nada
aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son
vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía
desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había
de entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a
mí, si no le fuere dado del Padre”.
Juan 6:47, 48, 51, 53, 54, 63-65
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Cuando Jesús pronunció estas palabras, las dijo con autoridad,
seguridad y poder. A veces se manifestó a sí mismo en tal forma
que la acción profunda de su Espíritu fue comprendida claramente.
Pero muchos que vieron, oyeron y participaron en las bendiciones
de aquella hora, se alejaron y pronto olvidaron la luz que les había
dado.
Los tesoros de la eternidad han sido confiados a la custodia de
Jesucristo para darlos a quien le plazca. Pero cuán triste es que
tantos, rápidamente, pierden de vista la preciosa gracia que les es
ofrecida por fe en Cristo. El impartirá los tesoros celestiales a los
que creen en él, acuden a él y moran en él. No tuvo por usurpación
ser igual a Dios y no conoce ninguna restricción ni cortapisa para
deparar los tesoros celestiales a los que él quiera. No exalta ni honra
a los grandes del mundo, que son lisonjeados y aplaudidos. Pero
exhorta a su pueblo escogido y peculiar, que le ama y le sirve, para
que vaya a él y pida, y le dará el pan de vida y lo dotará con el agua
de la vida, que estará en su medio como un manantial que brotará
para vida eterna.
[161]
Jesús trajo a nuestro mundo los tesoros acumulados de Dios, y
todos los que creen en él son adoptados como sus herederos. Declara
que será grande la recompensa de aquellos que sufren por su nombre.
Está escrito: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en
corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le
aman”.
1 Corintios 2:9
.—
The Review and Herald, 30 de enero de
1894
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