Página 231 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Capítulo 29—Cristo, nuestra única esperanz
Cristo y la Ley
ANTES de que se establecieran los fundamentos del mundo,
Cristo, el Unigénito de Dios, se comprometió a convertirse en el
Redentor de la raza humana, si pecaba Adán. Adán cayó, y Aquel
que era participante de la gloria del Padre antes de que el mundo
fuese, puso a un lado su manto real y su corona regia, y descendió
de su elevada autoridad a fin de llegar a ser una criatura en Belén
para que pudiera redimir a los seres humanos caídos pasando por
el terreno donde tropezó y cayó Adán. Se sometió a sí mismo a
todas las tentaciones que el enemigo emplea contra los hombres
y las mujeres, y todos los asaltos de Satanás no pudieron hacerlo
vacilar de su lealtad al Padre. Viviendo una vida sin pecado, testificó
de que cada hijo e hija de Adán puede resistir las tentaciones del
que primero trajo el pecado al mundo.
Cristo trajo a los hombres y a las mujeres poder para vencer.
Vino a este mundo en forma humana para vivir como un hombre
entre los hombres. Tomó las flaquezas de la naturaleza humana para
ser probado y examinado. En su humanidad, era participante de la
naturaleza divina. En su encarnación, ganó en un nuevo sentido el
título de Hijo de Dios. Dijo el ángel a María: “El poder del Altísimo
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te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que
nacerá, será llamado Hijo de Dios”.
Lucas 1:35
. Si bien era el Hijo
de un ser humano, llegó a ser en un nuevo sentido el Hijo de Dios.
Así estuvo en nuestro mundo: el Hijo de Dios, y sin embargo unido
a la raza humana por su nacimiento.
Cristo vino en forma humana para mostrar a los habitantes de
los mundos no caídos y del mundo caído que se ha hecho amplia
provisión a fin de capacitar a los seres humanos para que vivan en
lealtad a su Creador. Soportó las tentaciones con que a Satanás se le
Este Artículo Apareció en
The Signs Of The Times, 2 de agosto de 1905
.
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