236
Mensajes Selectos Tomo 1
La ley de los Diez Mandamientos no ha de ser considerada tanto
desde el aspecto de la prohibición, como desde el de la misericordia.
Sus prohibiciones son la segura garantía de felicidad en la obedien-
cia. Al ser recibida en Cristo, ella obra en nosotros la pureza de
carácter que nos traerá gozo a través de los siglos eternos. Es una
muralla de protección para el obediente. Contemplamos en ella la
bondad de Dios, quien al revelar a los hombres los principios inmu-
tables de justicia, procura escudarlos de los males que provienen de
la transgresión.
No hemos de considerar a Dios como a alguien dispuesto a
castigar al pecador por su transgresión. El pecador acarrea el castigo
sobre sí mismo. Sus propias acciones ponen en marcha una serie
de circunstancias que provocan un seguro resultado. Cada acto de
transgresión repercute sobre el pecador, obra en él un cambio de
carácter y le hace más fácil transgredir otra vez. Eligiendo pecar, los
hombres se separan de Dios, se apartan del canal de bendiciones, y
el seguro resultado son la ruina y la muerte.
[277]
La ley es una expresión del pensamiento de Dios. Cuando la
recibimos en Cristo, llega a ser nuestro pensamiento. Nos eleva por
encima del poder de los deseos y tendencias naturales, por encima
de las tentaciones que llevan al pecado. “Mucha paz tienen los que
aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo”.
Salmos 119:165
.
No hay paz para los impíos. Están en guerra contra Dios. Pero el
que recibe la justicia de la ley en Cristo está en armonía con el cielo.
“La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se
besaron”.
Salmos 85:10
.—
Carta 96, 1896
.
[278]