Capítulo 32—La justicia de Cristo en la le
Cristo y la Ley
La mayor dificultad a la que Pablo tuvo que hacer frente surgió
de la influencia de los maestros judaizantes. Ellos le provocaron
mucha dificultad ocasionando disensiones en la iglesia de Corinto.
Continuamente presentaban las virtudes de las ceremonias de la ley,
exaltando esas ceremonias por encima del Evangelio de Cristo y
condenando a Pablo porque no las imponía a los nuevos conversos.
Pablo les hizo frente en su propio terreno. “Si el ministerio de
muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los
hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a
causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no
será más bien con gloria el ministerio del espíritu? Porque si el
ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en
gloria el ministerio de justificación”.
2 Corintios 3:7-9
.
La ley de Dios, pronunciada con pavorosa grandeza desde el
Sinaí, es la expresión de condenación para el pecador. Le incumbe a
la ley condenar, pero no hay en ella poder para perdonar o redimir.
Fue establecida para vida. Los que caminan en armonía con sus
preceptos recibirán la recompensa de su obediencia. Pero acarrea
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esclavitud y muerte a los que permanecen bajo su condenación.
Tan sagrada y gloriosa es la ley, que cuando Moisés volvió del
monte santo, donde había estado con Dios recibiendo de la mano
divina las tablas de piedra, su rostro reflejaba una gloria que el pueblo
no podía contemplar sin sufrimiento, y Moisés estuvo obligado a
cubrir su rostro con un velo.
La gloria que brilló en el rostro de Moisés fue un reflejo de la
justicia de Cristo en la ley. La ley misma no tendría gloria, a no
ser que Cristo estuviera en ella corporificado. No tiene poder para
salvar. Es opaca a menos que en ella esté representado Cristo como
lleno de justicia y verdad.
Este Artículo Apareció en
The Review And Herald, 22 de abril de 1902
.
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