Página 293 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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La revelación de Dios
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luz celestial, la descendencia de Adán no podía ya más discernir el
carácter de Dios en sus obras creadas.
Las cosas de la naturaleza que hoy miramos nos dan sólo un
débil concepto de la belleza y gloria del Edén. Sin embargo, el mun-
do natural, con voz inequívoca, proclama la gloria de Dios. En las
cosas de la naturaleza, desfiguradas como están por la marchitez del
pecado, permanece mucho que es bello. Alguien, omnipotente en
poder, grande en bondad, en misericordia y en amor, ha creado la
tierra, y aun en su estado marchito, inculca verdades en cuanto al
hábil Artista Maestro. En este libro de la naturaleza, abierto ante
nosotros, en las bellas y perfumadas flores, con sus variados y deli-
cados matices, Dios nos da una expresión inconfundible de su amor.
Después de la transgresión de Adán, Dios podría haber destruido
cada capullo que se abría y cada flor que crecía, o podría haberles
quitado su fragancia, tan grata a los sentidos. En la tierra, marchita y
malograda por la maldición, en las zarzas, los cardos, las espinas, los
abrojos, podemos leer la ley de la condenación; pero en el delicado
color y perfume de las flores, podemos aprender que Dios todavía
nos ama, que su misericordia no se ha retirado completamente de la
tierra.
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La naturaleza está llena de lecciones espirituales para la humani-
dad. Las flores mueren tan sólo para retoñar a nueva vida y en eso se
nos enseña la lección de la resurrección. Todos los que aman a Dios
retoñarán nuevamente en el Edén celestial. Pero la naturaleza no
puede enseñar la lección del grande y maravilloso amor de Dios. Por
lo tanto, después de la caída, la naturaleza no fue el único maestro
del hombre. A fin de que el mundo no permaneciera en tinieblas,
en eterna noche espiritual, el Dios de la naturaleza se nos unió en
Jesucristo. El Hijo de Dios vino al mundo como la revelación del
Padre. El era “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre”
que viene “a este mundo”.
Juan 1:9
. Hemos de contemplar el “cono-
cimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.
2 Corintios
4:6
.
En la persona de su unigénito Hijo, el Dios del cielo ha con-
descendido en inclinarse hacia nuestra naturaleza humana. Jesús
dijo ante la pregunta de Tomás: “Yo soy el camino, y la verdad, y la
vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también
a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.