Página 304 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Mensajes Selectos Tomo 1
así la justicia del castigo. Consiguió vida eterna para los hombres al
paso que exaltó la ley y la hizo honorable.
Cristo fue investido con el derecho de dar inmortalidad. La vida
que había depuesto en su humanidad, la tomó de nuevo y la dio a la
humanidad. Dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia”.
Juan 10:10
. “El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.
Juan 6:54
. “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua
que salte para vida eterna”.
Juan 4:14
.
Todos los que son uno con Cristo mediante la fe en él, obtienen
una experiencia que es vida para vida eterna. “Como me envió el
Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él
también vivirá por mí”.
Juan 6:57
. El “en mí permanece, y yo en él”.
Juan 6:56
. “Yo le resucitaré en el día postrero”.
Juan 6:54
. “Porque
yo vivo, vosotros también viviréis”.
Juan 14:19
.
Cristo llegó a ser uno con la humanidad, para que la humanidad
pudiera llegar a ser una en espíritu y en vida con él. En virtud de
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esa unión, en obediencia a la Palabra de Dios, la vida de Cristo
llega a ser la vida de la humanidad. El dice al penitente: “Yo soy
la resurrección y la vida”.
Juan 11:25
. La muerte es considerada
por Cristo como un sueño: silencioso y oscuro sueño. Habla de ella
como si fuera de poca importancia. “Todo aquel que vive y cree en
mí—dice él—, no morirá eternamente”.
Juan 11:26
. “El que guarda
mi palabra, nunca sufrirá muerte”.
Juan 8:52
. “Nunca verá muerte”.
Juan 8:51
. Y para el creyente la muerte reviste poca importancia.
Para él morir no es sino dormir. “También traerá Dios con Jesús a
los que durmieron en él”.
1 Tesalonicenses 4:14
.
Mientras las mujeres divulgaban su mensaje como testigos del
Salvador resucitado, y mientras Jesús estaba preparándose para reve-
larse a un gran número de sus seguidores, se estaba realizando otra
escena. Los guardias romanos habían podido ver al poderoso ángel
que cantó el canto de triunfo en el nacimiento de Cristo y oír a los
ángeles que cantaban ahora el canto del amor redentor. Ante la mara-
villosa escena que se les permitía contemplar, se habían desmayado
y quedado como muertos. Cuando el cortejo celestial fue ocultado
de su vista, se pusieron de pie y se encaminaron hasta la puerta del
huerto tan prestamente como se lo permitían sus miembros vacilan-