Los primeros frutos
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santos contradijeron la mentira que propagaba la guardia romana
que había sido sobornada con ese fin: que los discípulos habían
venido de noche y se habían llevado a Cristo. Este testimonio no
pudo ser silenciado.
Cristo fue las primicias de los que duermen. Para la gloria del
Padre, el Príncipe de la vida debía ser las primicias, la realidad
simbolizada por la ofrenda mecida. “Porque a los que antes cono-
ció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos”.
Romanos 8:29
. Esta misma escena, la resurrección de
Cristo de los muertos, había sido celebrada simbólicamente por los
judíos. Cuando maduraban en los campos las primeras espigas de los
cereales, eran cosechadas cuidadosamente, y cuando la gente subía
a Jerusalén, ellas eran presentadas ante el Señor como una ofrenda
de agradecimiento. La gente mecía las gavillas maduras delante de
Dios, reconociéndolo como al Señor de la cosecha. Después de esa
ceremonia, el trigo era guadañado y se recogía la cosecha.
Así también los que habían sido resucitados habían de ser pre-
sentados ante el universo como una garantía de la resurrección de
todos los que creen en Cristo como su Salvador personal. El mismo
poder que levantó a Cristo de los muertos levantará a su iglesia y
la glorificará con Cristo, como a su novia, por encima de todos los
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principados, por encima de todos los poderes, por encima de todo
nombre que se nombra, no sólo en este mundo, sino también en los
atrios celestiales, el mundo de arriba. La victoria de los santos que
duermen será gloriosa en la mañana de la resurrección. Terminará el
triunfo de Satanás, al paso que triunfará Cristo en gloria y honor. El
Dador de la vida coronará con inmortalidad a todos los que salgan
de la tumba.
La ascensión de Cristo
Había terminado la obra del Salvador en la tierra. Había llegado
el tiempo para que regresara a su hogar celestial. “Y los sacó fuera
[a los discípulos] hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo.
Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado
arriba al cielo”.
Lucas 24:50, 51
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