La verdad tal como es en Jesús
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salvado”. No está salvado ningún transgresor de la ley de Dios, la
cual es el fundamento del gobierno divino en el cielo y en la tierra.
Los que ignorantemente se unen a las filas del enemigo y se
hacen eco de las palabras que en el púlpito pronuncian sus maestros
religiosos, es a saber que la ley de Dios no está más en vigencia para
la familia humana, dispondrán de luz para descubrir sus errores, si
aceptan la evidencia de la Palabra de Dios. Jesús fue el ángel oculto
en la columna de nube de día y en la columna de fuego de noche, y
dio instrucciones especiales para que los hebreos enseñaran la ley de
Dios, dada cuando se estableció el fundamento de la tierra, cuando
cantaron juntas las estrellas de la mañana, y clamaron de gozo todos
los hijos de Dios.
La misma ley fue proclamada grandiosamente por la propia voz
de Dios en el Sinaí. El dijo: “Y estas palabras que yo te mando hoy,
estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de
ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte,
y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y
estarán como frontales entre tus ojos”.
Deuteronomio 6:6-8
. ¡Cómo
se impacientan los transgresores de la ley de Dios cuando se les
menciona la ley! Se irritan de que se les hable de ella.
La Palabra de Dios es invalidada por falsedades y tradiciones.
Satanás ha presentado al mundo su versión de la ley de Dios, y ésta
ha sido aceptada sin tomar en cuenta un claro “así dice Jehová”. La
controversia que comenzó en el cielo a causa de la ley de Dios, se
ha mantenido en la tierra permanentemente desde la expulsión de
Satanás del cielo.
Siempre debemos comprender mejor nuestra gran necesidad, a
fin de apreciar a nuestro Salvador y hacerlo conocer por otros. Pode-
mos conocer las profundidades de nuestra transgresión únicamente
por la longitud de la cadena que se hizo descender para elevarnos.
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Debiéramos dedicar nuestras facultades mentales a comprender la
terrible ruina que nos ha provocado el pecado, y debiéramos procu-
rar entender el plan divino por el cual podemos ser restaurados al
favor de Dios. Siempre debiera humillar nuestro orgulloso corazón
el que el amado Hijo de Dios tuviera que venir a nuestro mundo a
reñir nuestras batallas por nosotros a fin de que pudiéramos tener
fortaleza para vencer en su nombre. Si contemplamos la cruz del
Calvario, toda jactancia morirá en nuestros labios y clamaremos: