Página 329 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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La entrega y la confesión
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Proverbios 28:13
. No ocultéis nada de Dios ni descuidéis la confe-
sión de vuestras faltas a vuestros hermanos. “Confesaos vuestras
ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”.
Santiago 5:16
. Más de un pecado es dejado sin confesar, y tendrá
que hacerle frente el pecador en el día del ajuste final. Mucho mejor
es hacer frente ahora a nuestros pecados, confesarlos y apartarnos
de ellos, mientras intercede en nuestro favor el Sacrificio expiatorio.
No dejéis de saber la voluntad de Dios en cuanto a este asunto. La
salud de vuestra alma y la salvación de otros dependen de la forma
en que procedáis en este asunto. “Humillaos, pues, bajo la poderosa
mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando
toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”.
1 Pedro 5:6, 7
. El humilde y quebrantado de corazón puede apreciar
algo del amor de Dios y de la cruz del Calvario. Será amplia la
bendición experimentada por aquel que satisface la condición por la
cual puede llegar a ser participante del favor de Dios.
Una exhortación a la entrega
Hemos de entregar nuestro corazón a Dios para que pueda re-
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novarnos y santificarnos, y prepararnos para los atrios celestiales.
No hemos de esperar que llegue algún tiempo especial, sino que
hoy hemos de entregarnos a él, rehusando ser siervos del pecado.
¿Os imagináis que podéis desprenderos del pecado poco a poco?
¡Oh, desprendeos de esa cosa maldita inmediatamente! Aborreced
las cosas que aborrece Cristo, amad las cosas que ama Cristo. Por
su muerte y sufrimiento, ¿acaso no ha provisto lo necesario para
vuestra limpieza del pecado? Cuando comenzamos a comprender
que somos pecadores, y caemos sobre la Roca para ser quebrantados,
nos rodean los brazos eternos y somos colocados cerca del corazón
de Jesús. Entonces seremos cautivados por su belleza y quedaremos
disgustados con nuestra propia justicia. Necesitamos acercarnos a
los pies de la cruz. Mientras más nos humillemos allí, más excelso
nos parecerá el amor de Dios. La gracia y la justicia de Cristo no
serán de utilidad para el que se siente sano, para el que piensa que es
razonablemente bueno, que está contento con su propia condición.
No hay lugar para Cristo en el corazón de aquel que no comprende
su necesidad de luz y ayuda divinas.