Página 328 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Capítulo 49—La entrega y la confesió
Cristo, el Divino Portador del Pecado
PERO no necesitamos entrar en una celda para arrepentimos del
pecado, como lo hizo Lutero, ni que nos impongamos penitencias
para expiar nuestra iniquidad, pensando que al hacer así, ganamos
el favor de Dios. Se hace la pregunta: “¿Daré mi primogénito por
mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh
hombre, él te ha declarado lo que es bueno y qué pide Jehová de
ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante
tu Dios”.
Miqueas 6:7, 8
. Dice el salmista: “Al corazón contrito y
humillado no despreciarás tú, oh Dios”.
Salmos 51:17
. Juan escribe:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados”.
1 Juan 1:9
. La única razón por la que no tenemos
remisión de los pecados es que no hemos reconocido a Aquel que fue
herido por nuestras transgresiones, que fue traspasado por nuestros
pecados. Por eso estamos en falta y en necesidad de misericordia.
La confesión, que es la efusión de lo más íntimo del alma, llegará
hasta el corazón de infinita piedad; pues el Señor está cerca de los
quebrantados de corazón y salva a los de espíritu contrito.
Cuán equivocados están los que se imaginan que la confesión
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de los pecados menoscabará su dignidad y disminuirá su influencia
entre sus prójimos. Aferrándose a esta errónea idea, aunque ven sus
faltas, muchos dejan de confesarlas y más bien pasan por alto los
errores que han cometido con otros, y así amargan su propia vida
y proyectan sombras sobre las vidas de otros. El confesar vuestros
pecados no dañará vuestra dignidad. Abandonad esa falsa dignidad.
Caed sobre la Roca y sed quebrantados, y Cristo os dará la verdade-
ra dignidad celestial. Que el orgullo, la estima propia, o la justicia
propia no impidan a nadie que confiese sus pecados a fin de que
pueda hacer suya la promesa: “El que encubre sus pecados no pros-
perará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
Este Artículo Apareció en
The Signs Of The Times, 12 de diciembre de 1892
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