Página 335 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Venid y buscad y encontrad
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Ir a Cristo no requiere duro esfuerzo mental y agonía. Es senci-
llamente aceptar las condiciones de la salvación que Dios explica
en su Palabra. La bendición es gratuita para todos. La invitación
es: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen
dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin
precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan,
y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed
del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura”.
Isaías 55:1, 2
.
La justicia se encuentra en Cristo
Venid, pues, buscad y encontraréis. El depósito de poder está
abierto, es pleno y gratuito. Venid con corazón humilde, sin pensar
que debéis hacer alguna buena obra para merecer el favor de Dios, o
que debéis haceros mejores antes de que podáis venir a Cristo. Sois
impotentes para hacer el bien y no podéis mejorar vuestra condición.
Fuera de Cristo no tenéis ningún mérito, ninguna justicia. Nuestra
pecaminosidad, nuestra debilidad, nuestra imperfección humana
hacen imposible que aparezcamos delante de Dios a menos que
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seamos revestidos con la justicia inmaculada de Cristo. Hemos de
ser hallados en él sin tener nuestra propia justicia, sino la justicia
que es en Cristo. Luego, en el nombre que está por encima de todo
nombre, el único nombre dado a los hombres por el que podamos
ser salvos, reclamad la promesa de Dios diciendo: “Señor, perdona
mi pecado. Pongo mis manos en las tuyas en procura de ayuda, y
debo recibirla, o perezco. Ahora creo”. El Salvador dice al pecador
arrepentido: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (
Juan 14:6
), “y al
que a mí viene, no le echo fuera”.
Juan 6:37
. “Yo soy tu salvación”.
Salmos 35:3
.
Cuando respondéis a la atracción de Cristo y os unís con él,
manifestáis fe salvadora. Tiene poco valor hablar incidentalmente
de cosas religiosas y orar en procura de bendiciones espirituales sin
tener una verdadera sed en el alma y sin fe viviente. La muchedumbre
expectante que se apretujaba en torno de Jesús no experimentó un
acrecentamiento de poder vital debido al contacto. Pero cuando la
pobre mujer doliente, que durante doce años había estado inválida,
en su gran necesidad extendió su mano y tocó la orla del vestido
de Cristo, sintió el poder sanador. El toque de la fe fue de ella, y