Capítulo 52—Cristo nuestro sumo sacerdot
Cristo, el Divino Portador del Pecado
La Justicia demanda que el pecado no sea meramente perdonado,
sino que debe ejecutarse la pena de muerte. Dios, en la dádiva de su
Hijo unigénito, cumplió esos dos requerimientos. Al morir en lugar
del hombre, Cristo agotó el castigo y proporcionó el perdón.
Por el pecado, el hombre ha sido separado de la vida de Dios.
Su alma está paralizada por las maquinaciones de Satanás, el autor
del pecado. Por sí mismo, es incapaz de comprender el pecado,
incapaz de apreciar la naturaleza divina y de apropiarse de ella. Si
fuera puesta dentro de su alcance, no hay nada en ella que pudiera
anhelar su corazón natural. El poder seductor de Satanás está sobre
él. Todos los ingeniosos subterfugios que puede sugerir el diablo son
presentados a su mente para evitar todo buen impulso. Cada facultad
y poder que Dios le ha dado han sido usados como armas contra el
divino Benefactor. Así, aunque Dios lo ama, no puede impartirle
con seguridad los dones y bendiciones que desea conferirle.
Pero Dios no será derrotado por Satanás. Envió a su Hijo al
mundo para que, por haber tomado la naturaleza y forma humanas,
[400]
la humanidad y la divinidad combinadas en él elevaran al hombre
en la escala de valores morales delante de Dios.
No hay otro camino para la salvación del hombre. Dice Cristo:
“Separados de mí nada podéis hacer”.
Juan 15:5
. Mediante Cristo,
y sólo mediante él, las fuentes de la vida pueden vitalizar la natu-
raleza del hombre, transformar sus gustos y hacer que sus afectos
fluyan hacia el cielo. Mediante la unión de la naturaleza divina con
la humana, Cristo podría iluminar el entendimiento e infundir sus
propiedades dadoras de vida al alma muerta en delitos y pecados.
Cuando la mente es atraída a la cruz del Calvario, en una visión
imperfecta, Cristo es discernido en la vergonzoza cruz. ¿Por qué
murió? A consecuencia del pecado. ¿Qué es pecado? La transgresión
Manuscrito 50, 1900
.
337