Página 365 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Capítulo 57—Cristo, el camino de la vid
Cristo, Nuestra Justicia
“Jesús vino a Galilea predicando el Evangelio del reino de Dios,
diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acerca-
do; arrepentíos, y creed en el Evangelio”.
Marcos 1:14, 15
.
El arrepentimiento está relacionado con la fe, y nos es presentado
con insistencia en el Evangelio como esencial para la salvación. Pa-
blo predicó el arrepentimiento. Dijo: “Nada que fuese útil he rehuido
de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando
a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la
fe de nuestro Señor Jesucristo”.
Hechos 20:20, 21
. No hay salvación
sin arrepentimiento. Ningún pecador impenitente puede creer con su
corazón para justicia. El arrepentimiento es descrito por Pablo como
un piadoso dolor por el pecado, que “produce arrepentimiento para
salvación, de que no hay que arrepentirse”.
2 Corintios 7:10
. Este
arrepentimiento no tiene en sí ningún mérito por naturaleza, sino
que prepara al corazón para la aceptación de Cristo como el único
Salvador, la única esperanza del pecador perdido.
Cuando el pecador contempla la ley, le resulta clara su culpabili-
dad, y queda expuesta ante su conciencia, y es condenado. Su único
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consuelo y esperanza se encuentran en acudir a la cruz del Calvario.
Al confiar en las promesas, aceptando lo que dice Dios, recibe alivio
y paz en su alma. Clama: “Señor, tú has prometido salvar al que
acude a ti en el nombre de tu Hijo. Soy un alma perdida, impotente y
sin esperanza. Señor, sálvame, o perezco”. Su fe se aferra de Cristo,
y es justificado delante de Dios.
Pero al paso que Dios puede ser justo y sin embargo justificar al
pecador por los méritos de Cristo, nadie puede cubrir su alma con el
manto de la justicia de Cristo mientras practique pecados conocidos,
o descuide deberes conocidos. Dios requiere la entrega completa del
corazón antes de que pueda efectuarse la justificación. Y a fin de
Este Artículo Apareció en
The Review And Herald, 4 de noviembre de 1890
.
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