Justificados por la fe
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¿Quién desea llegar al verdadero arrepentimiento? ¿Qué debe
hacer? Debe ir a Jesús, tal como es, sin demora. Debe creer que
la palabra de Cristo es verdadera y, creyendo en la promesa, pedir
para que reciba. Cuando un sincero deseo mueve a los hombres
a orar, no orarán en vano. El Señor cumplirá su palabra, y dará
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el Espíritu Santo para inducir al arrepentimiento con Dios y la fe
en nuestro Señor Jesucristo. El pecador orará, velará y se apartará
de sus pecados, haciendo manifiesta su sinceridad por el vigor de
su esfuerzo para obedecer los mandamientos de Dios. Mezclará fe
con la oración, y no sólo creerá en los preceptos de la ley sino que
los obedecerá. Se declarará del lado de Cristo en esta controversia.
Renunciará a todos los hábitos y compañías que tiendan a desviar
de Dios el corazón.
El que quiera llegar a ser hijo de Dios, debe recibir la verdad
que enseña que el arrepentimiento y el perdón han de obtenerse
nada menos que mediante la expiación de Cristo. Asegurado de
esto, el pecador debe realizar un esfuerzo en armonía con la obra
hecha para él y con una súplica incansable, debe acudir al trono de
gracia para que el poder renovador de Dios llegue hasta su alma.
Cristo únicamente perdona al arrepentido, pero primero hace que se
arrepienta aquel a quien perdona. La provisión hecha es completa
y la justicia eterna de Cristo es acreditada a cada alma creyente.
El manto costoso e inmaculado, tejido en el telar del cielo, ha sido
provisto para el pecador arrepentido y creyente, y él puede decir:
“En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi
Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de
manto de justicia”.
Isaías 61:10
.
Se ha dispuesto gracia abundante para que el alma creyente
pueda ser preservada del pecado, pues todo el cielo, con sus recursos
ilimitados, ha sido colocado a nuestra disposición. Hemos de extraer
del pozo de la salvación. Cristo es el fin de la ley para justicia a todo
aquel que cree. Somos pecadores por nosotros mismos, pero somos
justos en Cristo. Habiéndonos hecho justos por medio de la justicia
imputada de Cristo, Dios nos declara justos y nos trata como a
tales. Nos contempla como a sus hijos amados. Cristo obra contra el
poder del pecado, y donde abundó el pecado, sobreabunda la gracia.
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“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por