Página 395 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Justificados por la fe
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Contemplando a Jesús recibimos en el corazón un principio viviente
y que se expande; el Espíritu Santo lleva a cabo la obra y el creyente
progresa de gracia en gracia, de fortaleza en fortaleza, de carácter en
carácter. Se amolda a la imagen de Cristo hasta que en crecimiento
espiritual alcanza la medida de la estatura plena de Cristo Jesús. Así
Cristo pone fin a la maldición del pecado y libera al alma creyente
de su acción y efecto.
Sólo Cristo puede hacer esto, pues “debía ser en todo semejante
a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacer-
dote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del mundo.
Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para
socorrer a los que son tentados”.
Hebreos 2:17, 18
. La reconciliación
significa que desaparece toda barrera entre el alma y Dios, y que
el pecador comprende lo que significa el amor perdonador de Dios.
Debido al sacrificio hecho por Cristo para los hombres caídos, Dios
puede perdonar en justicia al transgresor que acepta los méritos de
Cristo. Cristo fue el canal por cuyo medio pudieron fluir la misericor-
dia, el amor y la justicia del corazón de Dios al corazón del pecador.
“El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad”.
1 Juan 1:9
.
En la profecía de Daniel se registra de Cristo que expiaría “la
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iniquidad” y traería “la justicia perdurable”.
Daniel 9:24
. Toda alma
puede decir: “Mediante su perfecta obediencia, Cristo ha satisfecho
las demandas de la ley y mi única esperanza radica en acudir a él
como mi sustituto y garantía, el que obedeció la ley perfectamente
por mí. Por fe en sus méritos, estoy libre de la condenación de la
ley. Me reviste con su justicia, que responde a todas las demandas
de la ley. Estoy completo en Aquel que produce la justicia eterna. El
me presenta a Dios con la vestimenta inmaculada en la cual no hay
una hebra que fue entretejida por instrumento humano alguno. Todo
es de Cristo y toda la gloria, el honor y la majestad han de darse al
Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.
Muchos piensan que deben esperar un impulso especial a fin de
que puedan ir a Cristo; pero sólo es necesario acudir con sinceridad
de propósito, decidiendo aceptar los ofrecimientos de misericordia y
gracia que nos han sido extendidos. Hemos de decir: “Cristo murió
para salvarme. El deseo del Señor es que sea salvado, e iré a Jesús sin
demora, tal como soy. Me aventuraré a aceptar su promesa. Cuando