Página 100 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
cordiosamente contestadas. Desde ese momento el niño comenzó a
recuperarse.
Mientras nos encontrábamos en Topsham recibimos una carta
del hermano Chamberlain, de Connecticut, instándonos a asistir a la
conferencia que se llevaría a cabo en ese Estado en abril de 1848.
Decidimos asistir si podíamos encontrar el dinero. Mi esposo arregló
las cuentas con su empleador y recibió diez dólares que se le debían.
Con cinco dólares compramos ropa que mucho necesitábamos, y
luego parché el abrigo de mi esposo, y aun tuve que colocar un
parche sobre otro, lo que hacía difícil distinguir la tela original
de las mangas. Nos quedaron cinco dólares para ir a Dorchester,
Massachusetts. Nuestro baúl contenía casi todo lo que poseíamos en
esta tierra, pero disfrutábamos de paz mental y de tranquilidad en la
conciencia, y esto lo considerábamos de más valor que la comodidad
terrenal. En Dorchester visitamos la casa del hermano Nichols, y
al irnos, la hermana Nichols le dio a mi esposo cinco dólares, con
los que él pagó el pasaje hasta Middletown, Connecticut. Eramos
forasteros en esa ciudad y nunca habíamos visto a los hermanos de
ese Estado. Nos quedaban solamente cincuenta centavos. Mi esposo
no se atrevió a usar ese dinero para alquilar un coche, de manera que
dejó el baúl sobre un montón de madera y salimos caminando en
busca de alguien que fuera de nuestra misma fe. Pronto encontramos
al hermano C., quien nos llevó a su casa.
La conferencia se llevó a cabo en Rocky Hill, en un extenso apo-
sento sin terminar de la casa del hermano Belden. Se reunieron como
cincuenta hermanos, pero no todos ellos estaban plenamente en la
verdad. Nuestra reunión fue interesante. El hermano Bates presentó
los mandamientos en una luz clara, y su importancia fue destacada
por poderosos testimonios. La predicación de la Palabra tuvo como
efecto afirmar a los que ya estaban en la verdad y despertar a los que
no se habían decidido plenamente por ella.
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Fuimos invitados a reunirnos con los hermanos del Estado de
Nueva York el verano siguiente. Los creyentes eran pobres y no po-
dían prometer hacer mucho para pagar nuestros gastos. Carecíamos
de recursos para el viaje. La salud de mi esposo era deficiente, pero
se le presentó la oportunidad de trabajar en un campo de heno, y él
decidió hacer el trabajo. Entonces parecía que debíamos vivir por fe.
Cuando nos levantábamos por la mañana nos arrodillábamos junto